También vieja vaga, quieren sacar su tajada, lo que su padre tenía de político esta lo tiene de oportunista, todos los de su calaña mienten, lástima que este ladrón volverá a ser alcalde, y podríamos seguir con las frases ‘célebres’ que revelan cuán bajo se ha caído en una campaña que debería ser para el olvido.
Ya a nadie se le ocurre llamar fiesta democrática a las campañas electorales. A menos que se refiera a esas que terminan en tragedia, entre golpes o a balazos, y con muertos y heridos desparramados en el suelo.
Dirán que uno se acostumbra y se resigna a que así ocurra, pero siempre queda la esperanza de que sea mejor. Esta carrera electoral, sin embargo, ha sido peor. No solamente porque las agresiones han sido más feroces, sino también porque las posibilidades de masificarlas o ‘viralizarlas’ son más contundentes y más dañinas.
Insultos, burlas y medias verdades entre dos pueden ofender, pero es posible aclararlos y resolverlos. En cambio, lanzados masivamente por Twitter y Facebook pueden ser devastadores. ¿Cómo ejerce uno el derecho de defensa frente al alud ‘cachaciento’ de los memes?
El cargamontón, sobre todo el de aquellos que se creen ‘políticamente correctos’, puede ser vil. Si en el escenario aparece alguien a quien agarrar de punto, afilan los cuchillos de su ingenio y hacen lo que seguramente no se atreverían si estuvieran frente a su víctima. El comentario malvado agazapado entre la multitud virtual o en el anonimato de las redes habla de la cobardía de sus autores. ¿Dónde quedaron los argumentos?
Haber llegado al punto de admitir como posible que los peruanos avalamos el “roba, pero hace obra” es el abismo a donde nos ha empujado la idea de que la política no es más que un basurero inmundo.
En la excelente entrevista de Mariella Balbi a Max Hernández, publicada el domingo en El Comercio, el psicoanalista y secretario ejecutivo del Acuerdo Nacional duda de que realmente exista esa dicotomía “roba, pero hace obras”. Una encuesta cuestionable que induce una respuesta no puede revelar un dato serio. Aunque nos la hayan refregado en la cara durante los últimos días, ese espanto no puede ser el alma de los peruanos.
Hernández lo dice con toda claridad: “De esa manera se está creando una dicotomía dañina, que denigra el ejercicio de la política”. Y al hacerlo todo puede seguir cayendo más bajo. “Si vamos a seguir con esta actitud de carnicería política donde la tarea fundamental es hundir al otro, todos contra todos... si caemos en la lógica totalitaria de que el adversario político es mi enemigo y tengo que eliminarlo... estamos fregados”, reflexiona Hernández.
En distintos momentos de la historia, numerosos pensadores han definido la política como algo bueno: es la organización del Estado a partir de la razón que impulsa la voluntad para sentar las bases que permitan el bienestar de los individuos, según Platón; es el campo para practicar el bien en el ámbito ciudadano, decía Tomás Moro.
Max Weber, autor más reciente a quien Hernández cita en la mencionada entrevista, dice en “La política como vocación”: “Únicamente quien está seguro de no doblegarse cuando el mundo se muestra demasiado necio o demasiado abyecto para aquello que él está ofreciéndole; únicamente quien, ante todas las adversidades, es capaz de oponer un ‘sin embargo’; únicamente un hombre constituido de esta suerte podrá demostrar su ‘vocación para la política’”.