
Poco antes de morir Mario Vargas Llosa, se publicó el libro de Pedro Cateriano sobre el pensamiento del Premio Nobel de Literatura 2010, que fue cambiante y evolutivo. De una adhesión juvenil al marxismo y sus parientes cercanos en los años 60, Vargas Llosa se convirtió a un liberalismo auténtico, no lleno de fe, sino de racionalidad. Su reconversión no fue la de un fanático, sino la de un intelectual con la cabeza abierta que mira el mundo y sabe lo que ocurre.
Vargas Llosa fue un liberal completo, de esos que quedan pocos, como lo demuestran las constancias tomadas del libro de Cateriano y de su propia obra “El llamado de la tribu”.
Fue uno de los primeros escritores e intelectuales latinoamericanos en oponerse férreamente a la dictadura de Fidel Castro cuando en 1971 cayó preso el poeta opositor Heberto Padilla. Mientras la mayoría justificaba la represión o miraba para el costado, Vargas Llosa cortó con Fidel y con la “revolución”, sometiéndose a las diatribas e insultos de la maquinaria izquierdista.
Mientras Cuba perseguía a los homosexuales y otras minorías, Vargas Llosa empezó en forma casi solitaria a defender los derechos de esos grupos duramente discriminados, a comienzos de los 60. Esa actitud lo llevaría posteriormente a defender el aborto, el casamiento igualitario, la muerte asistida y el suicidio, mucho antes de que esas políticas fueran aceptadas en la mayoría de los países occidentales. También apoyaba la liberalización de las drogas.
Contrario a los fanáticos del libre mercado que proclaman el derrumbe del Estado, Vargas Llosa sostenía que se necesita “un Estado fuerte y eficaz, lo que no significa un Estado grande”.
Criticó mucho a algunos liberales que intentaban justificar la dictadura de Pinochet ante el éxito de sus reformas económicas. Para él, se requieren Estado de derecho, justicia independiente, vigencia plena de todas las libertades, individuos responsables y sociedad abierta. Es decir, el libre mercado sin democracia es la mitad de la historia y la democracia sin libre mercado es la otra mitad.
Siguiendo a Ortega y Gasset, Vargas Llosa nos recuerda que “la historia no está escrita, no la ha trazado de antemano una divinidad todopoderosa. Es obra solo humana y por eso todo es posible en la historia”. Los nacionalismos, para él, son enfermedades de las naciones que dañan a la civilización.
En “El llamado de la tribu”, explica que los autores que más influyeron en su formación liberal fueron Hayek y Popper, cuyos textos pasaron a ser “mis libros de cabecera”. Vargas Llosa detalla, en términos claros y definitivos, las diferencias que todavía sacuden a Occidente. En “La riqueza de las naciones”, Adam Smith hace un estudio histórico sobre la creación de los mercados, el dinero y la prosperidad. En los escritos de Marx se hace una propuesta dogmática e inventada sobre el destino del hombre.
Vargas Llosa representa la expresión poderosa de un pensamiento y de una cultura: la más profunda e independiente reflexión intelectual, ejercida con valentía y probidad, sumada al encanto interminable de las palabras, los cuentos y las imaginerías. No habrá otro igual.