Enrique Krauze

El próximo 2 de junio los mexicanos elegiremos a la candidata presidencial que sucederá a (AMLO), quien deberá entregar el poder tres meses después. Con el objeto de contribuir mínimamente a que los votantes cuenten con información fidedigna (opuesta a la que ofrece el Gobierno Mexicano), he elaborado y publicado un ejercicio comparativo entre el sexenio de AMLO y todos los episodios o períodos violentos de la (de por sí) violenta historia mexicana. El resultado es desolador.

Ilustración: Víctor Aguilar
Ilustración: Víctor Aguilar

AMLO enfrentó el problema de la delincuencia organizada bajo el lema “Abrazos, no balazos”. La mortandad provocada por la violencia criminal en este régimen ha superado, sin embargo, la de los tres sexenios anteriores. Pero la incidencia de otros factores, en particular el no menos criminal manejo de la pandemia del COVID-19, nos ha precipitado a niveles solo superados por la Revolución Mexicana (1910-1920).

Antes de equiparar nuestra tragedia con los saldos del crimen y las epidemias durante la revolución, me remito a los datos de otras matanzas: la represión de los yaquis de Sonora bajo el gobierno de Porfirio Díaz (1876-1911) se cobró la vida de 1.500 indígenas. La masacre de chinos en la ciudad de Torreón, en mayo de 1911, dejó 303 muertos. Por la Rebelión delahuertista de 1924 murieron 7.000 personas, entre soldados sublevados y leales al gobierno. De 1926 a 1929, en los tres años de la Cristiada (una sublevación campesina en defensa de la libertad religiosa), perdieron la vida entre 25.000 y 30.000 cristeros, así como 50.000 soldados federales.

¿Cuánta gente murió en la Revolución Mexicana? Historiadores y estadísticos han tratado afanosamente de precisarlo. Variables como la emigración, la reducción de la natalidad y la variedad de causas (epidemias, hambre, violencia) dificultan precisar una cifra.

En el extremo alto de esas estimaciones, Manuel Ordorica y José Luis Lezama (1993) calcularon 1,4 millones de defunciones; en el extremo bajo, Moisés González Navarro (1974) calculó 300.000 fallecidos. Robert McCaa (2003) propuso un conteo basado en la proyección inversa del censo de 1930. Concluyó que entre 1910 y 1920 hubo, en efecto, 1,4 millones de muertes, de las que acaso 500.000 se debieron exclusivamente a la influenza española.

Vayamos a la mortandad en tiempos de AMLO. A estas alturas del sexenio, la violencia ha causado ya 180.089 homicidios, por lo que, al concluir, sobrepasará probablemente los 200.000.

Según datos “oficiales”, las muertes provocadas por la pandemia del COVID-19 fueron 334.161. Sin embargo, con base en la revisión de certificados de defunción, la cifra asciende a 510.825. Y, finalmente, están las muertes en exceso (de variada índole, incluidas las infantiles) acumuladas hasta el final de la pandemia (abril del 2023), que sumaron 805.653. ¿Cuáles serían las cifras de haberse preservado el sistema de salud, abandonado por recortes al presupuesto y por la cancelación del seguro popular? En el caso específico del COVID-19, ¿cuántas personas se habrían salvado de haberse seguido los necesarios protocolos de prevención? ¿Qué habría ocurrido si el presidente hubiese usado y recomendado el cubre bocas? ¿Cuántos compatriotas vivirían ahora si las vacunas certificadas hubiesen estado disponibles en todos los rincones del país, siguiendo las prácticas de excelencia firmemente establecidas en ? El daño está hecho y es terrible: según una estimación realizada por expertos internacionales que trabajan actualmente el tema, podrían haberse evitado unas 240.000 muertes.

Cuantitativamente, la mortandad atribuible a la irresponsabilidad del Gobierno Mexicano conquista un suficientemente deshonroso segundo lugar, pero cualitativamente hay que darle la medalla de oro, por dos razones:

México no vive una revolución (por naturaleza violenta), sino un período supuestamente pacífico, bajo un gobierno que ha decidido abdicar de su deber primero: proteger la vida de los mexicanos.

El COVID-19 se llevó más personas que la influenza española y el tifo, pero las condiciones médicas y sanitarias del 2020 y el avance científico eran abismalmente distintos de los de 1915 a 1918, años letales de la revolución. Aquellas muertes eran inevitables, estas decididamente no.

La historia lo registrará: el de AMLO ha sido un sexenio mortal.

Enrique Krauze es Historiador

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