Hoy quizá el Gabinete reciba el voto de confianza congresal. Sin embargo, dependerá de Ana Jara y de sus jefes, Ollanta Humala y Nadine Heredia, que se dé paso a un período de estabilidad real o, simplemente, se acelere el deterioro de la gobernabilidad.
La crisis es buena y no hay que temerle. Dentro de los usos constitucionales y democráticos corresponde al Parlamento fiscalizar y aprobar, o no, la política integral del Gobierno. Y en este caso –por encima de las cuestionables flexibilidades de interpretación del texto constitucional y del reglamento parlamentario– precisamente está ocurriendo eso: la oposición por fin se atreve a no ser mansa comparsa de un Ejecutivo soberbio e incompetente.
La señora Jara (sí, la misma que hace poco recomendaba que las mujeres se defiendan de los acosadores con “aguja, tijera y clavo”) encabeza un Gabinete cuestionado en varios sectores: Economía, Interior, Energía y Minas y Salud. A Luis Miguel Castilla –más allá de su rol como buen tesorero– se le cuestiona la incapacidad para mantener el crecimiento económico como sí se hace en Colombia, Ecuador y Bolivia pese al complejo contexto internacional. Sobre Daniel Urresti –al margen de su efectismo operativo– pende el crimen del periodista Hugo Bustíos. A Eleodoro Mayorga, de Energía y Minas, se le cataloga como lobista y a Midori de Habich, de Salud, se le reprocha su incapacidad para resolver una prolongadísima huelga médica. Por tanto, esos ministros deberían cambiarse. Además, la candidatura de Diego García-Sayán a la OEA es una innecesaria piedra afilada en el zapato gubernamental.
Jara empezó con cortesías de acercamiento interpartidario, pero es incapaz de articular un auténtico diálogo: tras el baloteo de la semana pasada terminó –para variar– con desplantes propios de un gobierno que no entiende que el quehacer político es muy diferente al mando de la barracas, a la persecución de los antagonistas y a los desplantes a la prensa.
Tampoco tiene destreza concertadora Ana María Solórzano, la presidenta impuesta del Congreso, quien fue generosamente salvada por los opositores cuando estaba desbarrancándose al propender una tercera votación. Y nadie del oficialismo (ya reducido a simple minoría) se compromete a devolverle transparencia a un gobierno opacado por los casos del hermano del presidente en Rusia, de López Meneses y de Martín Belaunde, entre otros.
Es cierto que la variopinta oposición no tiene buenas credenciales en conjunto (el Congreso tiene un 11% de aprobación ciudadana), pero, pese a esa paradoja cualitativa, el mensaje al humalismo es certero: o cede y cambia negociando estabilidad democrática para los dos años siguientes; o consigue el voto de confianza a partir de negociados bajo la mesa con los ‘independientes’, con cargo a que los ministros sean luego interpelados, mientras el país se adentra en una crisis mayor por las crecientes tensiones sociales y la carencia de operadores políticos.
Ana Jara puede comportarse como esos alumnos flojos y pasar este tercer examen ‘suplicatorio’ con un 10,5 o puede demostrar que no es simple incondicional del poder paralelo de la señora Heredia. Y si al final no logra la confianza ni con ayuda, que renuncie y los peruanos a no temerle al juego democrático: el Gobierno tendrá que ceder sí o sí.