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Dos reportajes de “Panorama” han dejado al descubierto la existencia de un plan para que cuente con un programa propio en . El proyecto –que tiene ya cuña, nombre, horario de emisión y hasta ha sondeado a posibles entrevistadores– persigue un único, aunque ambicioso objetivo: embellecer la imagen de una autoridad a la que, según las encuestas, 9 de cada 10 peruanos rechazan. La obligación de que la presidenta cumpla con la neutralidad electoral –que entró en vigor en el momento en el que ella convocó a elecciones generales el pasado 25 de marzo–, sumada al destape periodístico, habrían dejado la idea en suspenso, la que, por cierto, ningún representante del Ejecutivo consultado al respecto ha negado.

A primera vista, uno podría pensar que el proyecto es interesante o, en el peor de los casos, inofensivo. Después de todo, ¿qué tendría de malo que una jefa del Estado que casi nunca comparece lo haga ahora semanalmente? ¿No es eso lo que el Perú necesita en estos momentos? ¿Ver a quien tiene en sus manos las riendas del país, escuchar sus propuestas, sus explicaciones, saber qué le preocupa? Esto podría ser así, por supuesto, si observáramos el asunto de manera aislada, sin contexto. Ah, el contexto. Cuan determinante puede llegar a ser en situaciones como esta. Cómo una pizca de información adicional puede llegar a cambiar radicalmente la percepción que tenemos sobre un hecho. Y, en este tema en particular, el contexto lo es todo.

En primer lugar, no hay que perder de vista que Boluarte lleva prácticamente todo su evadiendo a los periodistas, en contra de sus responsabilidades como autoridad y en contra, además, de sus propios compromisos. “En adelante, seguro tendré más proximidad con la prensa para conversar [...]; me comprometo con ello”, afirmó el 22 de octubre del 2024. Aquella vez, llevaba 105 días sin permitir que los periodistas le hicieran una sola pregunta y, desde entonces, ha pasado otros 250 días de silencio. Por lo que el proyecto televisivo parece una confirmación de que la mandataria ya renunció a su obligación de rendir cuentas y responder por los cuestionamientos sobre, por poner unos pocos ejemplos, su aumento de sueldo, sus cirugías, sus joyas de lujo, el escándalo de Qali Warma, y un largo, larguísimo etcétera.

En segundo lugar, es imposible no interpretar este programa como una muestra más de que el Gobierno ve a TV Perú como una entidad que le pertenece y de la que puede hacer uso como le plazca. Nunca está de más decirlo, pero la televisión pública no le pertenece al Gobierno; le pertenece al Estado Peruano. Puede, efectivamente, ayudar a que el Ejecutivo difunda sus políticas públicas o algún mensaje de extrema necesidad (pongamos el caso, de una campaña de vacunación o de un simulacro de sismo), pero no puede convertirse en un órgano propagandístico de Palacio. Lamentablemente, esto último es lo que ha tratado de hacer la mandataria desde que llegó al cargo.

Se habló poco en su momento de esto, pero a inicios de año el Ejecutivo eliminó el Consejo Directivo de TV Perú, ideado para contrarrestar la influencia gubernamental, alegando supuestos fines de ‘modernización’ y ‘eficiencia administrativa’. Más atrás, a mediados del 2023, Boluarte colocó a quien había sido nada menos que su directora de Comunicación Estratégica e Imagen Institucional, Ninoska Chandía, como presidenta del Instituto Nacional de Radio y Televisión del Perú (IRTP), en una decisión que fue seguida del cambio de más de 20 funcionarios de la casa televisiva, entre gerentes y periodistas que eran incómodos para la mandataria. Chandía ahora ha sido cesada, según información publicada por este Diario, por haberse demorado en concretar el programa presidencial, y quien habría pasado a manejar el canal tras bambalinas sería el exministro del Interior, Juan José Santiváñez, un experto en demandar periodistas y cuyas habilidades para la franela y la guaripola son, ciertamente, incuestionables. Se suele decir que la salud de una democracia se puede medir analizando la calidad de la prensa; pues bien, con más razón, se puede argumentar que un buen barómetro de las convicciones democráticas de un gobierno es la relación que mantiene con los medios públicos, si respeta su independencia o la atropella.

La posibilidad de que la presidenta cuente con un programa propio en TV Perú es, en fin, una pésima idea. Si, como ha dicho el jefe del Gabinete, Eduardo Arana, para defender el proyecto, ella quiere tener “una ventana en la que pudiera dar algunas expresiones”, la solución es tan simple como gratuita: que dé entrevistas y conferencias de prensa.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

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