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El drama venezolano
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El Premio Nobel de la Paz será otorgado este miércoles y la galardonada líder de la oposición venezolana, María Corina Machado, ha dicho que saldrá de la clandestinidad en su país para recibirlo en Oslo, Noruega. Mientras tanto, el presidente Donald Trump ha reunido una fuerza militar formidable en el Caribe y declarado que Maduro lidera un grupo narcoterrorista que amenaza la seguridad de Estados Unidos.

Los días del régimen chavista sí parecen estar contados. Lo ideal sería que tal desenlace ocurra debido a divisiones internas y al abandono de apoyo a Maduro dentro del mismo régimen.

No es irreal pensar que el colapso pueda suceder así. Sabemos que el descontento en Venezuela es amplio y que, sin cierta colaboración de elementos dentro de la estructura de poder, Machado y sus equipos no podrían haber comprobado de manera tan eficaz su victoria en las elecciones presidenciales fraudulentas del año pasado. Tampoco los miembros clave del equipo de Machado podrían haber escapado de la embajada argentina en Caracas este año sin colaboración alguna de las fuerzas de seguridad venezolanas.

Pase como pase, el fin del chavismo en el poder será un momento clave en la historia venezolana y latinoamericana. Ese fin y sus consecuencias se parecerían más al colapso del comunismo en Europa del Este que al derrumbe de regímenes autoritarios en Medio Oriente y el caos, antiliberalismo y violencia que le siguieron. Así como fue el caso en la Alemania Oriental o Polonia de los años ochenta, el pueblo venezolano está unido en su odio por el socialismo. En el caso venezolano, están unidos también por una cultura y religión común, y en su apoyo por la oposición política que representa Machado.

Esto no quiere decir que no habrá retos importantes para cualquier gobierno democrático de transición. A diferencia del caso europeo oriental, podrá haber focos de resistencia armados y financiados por los carteles de drogas ilícitas. Pero, tristemente, eso es una realidad en numerosos países latinoamericanos con la que los gobiernos democráticos tienen que tratar.

Para enfrentar ese y otros retos, Machado a lo largo de más de dos décadas ha sido muy clara acerca del ideario que debe guiar las políticas públicas de la nación. Según su reciente “Manifiesto de Libertad”, ella sostiene: “Que la dignidad sea la fuerza motriz de nuestra revitalización nacional: la fuerza que establezca un mercado libre de ideas y de empresa, que promueva el desarrollo pleno de cada persona y que limite la autoridad del Estado a su función legítima: la de ser el firme guardián de nuestros derechos inalienables”.

En la nueva Venezuela, la libertad juega un papel central: “La libertad no es un privilegio concedido por el gobierno, sino un derecho inherente a la naturaleza misma de nuestra humanidad. Todo venezolano nace con derechos inalienables otorgados por nuestro Creador, no por los hombres. Ningún régimen, sistema político o tiranía tiene el poder de arrebatarnos lo que es divinamente nuestro: el derecho a vivir con dignidad, hablar con libertad, crear, soñar y prosperar como individuos”.

Machado se dirige al pueblo venezolano, pero su mensaje es universal. Se contrapone a la dictadura y propone realizar una visión de libertad plena, una que América Latina no ha poseído durante toda su historia. La propuesta de Machado vale para toda la región; entre otras razones, para prosperar como nunca antes y no caer tan fácilmente en la tiranía de manera recurrente. Y tal como fue el caso de la caída del muro de Berlín, la caída del régimen chavista podría incluso iniciar el fin de otras dictaduras regionales y ser un saludable estímulo para la libertad en toda la región.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Ian Vásquez Vicepresidente de Estudios Internacionales del Cato Institute

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