(Ilustración: Víctor Aguilar)
(Ilustración: Víctor Aguilar)
Richard Webb

Abrir un libro es como levar anclas y emprender un viaje de descubrimiento. A veces el destino es un mundo interior inventado, pero que devela verdades emotivas y espirituales, o por lo menos nos entretiene con sensaciones, un viaje de aventura mental. Otras veces el autor nos lleva a un mundo real que desconocíamos, viaje que puede tener también sus sensaciones y emociones pero donde el placer principal es el del puro descubrimiento. Acabo de leer un libro que combina esas dos satisfacciones, pero cuyo deleite especial ha sido para mí, de ese segundo tipo, el de descubrir un mundo real.

Me refiero al libro de Nitty Rizo Patrón, “La Doña y el monte”, una memoria personal de dos aventuras paralelas, la de hacer familia y la de hacer agricultura en el valle de Motupe, en la costa norte del Perú. Gran parte del placer de esa lectura está justamente en el arte malabarista con que la autora consiguió esos dos objetivos.

Una de las conclusiones que me queda de ese relato es la centralidad de las relaciones humanas en ambas empresas. Esa lección se deriva de las estampas de personas que se cruzaron en el camino de esas tareas y que son reportadas con objetividad y fino humor. Por ejemplo, si bien la autora hace pocas referencias al reto especial que significa ser empresaria mujer, en un caso destaca este hecho, contando cómo fue ser vendedora de ganado a compradores que “llegaban convencidos de que por ser mujer me iban a comer con zapatos y todo”. No obstante, establece con el ‘rey’ de los comerciantes, don Camilo Reyes, una relación como de marinera, de búsqueda y rechazo, con una mezcla de confianza y buenos negocios pero también con la franqueza que lleva a don Camilo a advertirle que “no hay cojo bueno”, teniendo él mismo esta condición.

Otra relación compleja se relaciona con el negocio ganadero. A pesar de haber sido advertida de cuidarse de una familia de ‘malnaturalosos’, cuyo jefe era un conocido abigeo, desarrolla con ellos una amistad desde que la esposa buscó su ayuda por haber contraído un exagerado forúnculo en la cara. Se logra entre ellos una relación de vecinos y también de negocios, con una mezcla de cariño y de cuidado aunque con ojos abiertos.

La falta de atención de salud en la zona va convirtiendo a la autora en médica de primeros auxilios y activista de la salud. Así, de agricultora se vuelve partera y va descubriendo en esa actividad la importancia de los gritos casi rituales de la madre durante el parto. Pero esto lleva su tolerancia a un límite y decide colgar letreros anunciando que el cobro por “parto con dolor” sería diez soles pero que el “parto sin dolor” costaría solo cinco.

Otro descubrimiento se produce en una fiesta que organiza como madrina de promoción en la escuela local. Un maestro pide permiso a su esposo para bailar con ella y se entretiene así un buen rato. Pero al regresar a casa descubre que la tolerancia de su esposo se debía a que el maestro era gay, situación desconocida para ella, pero conocida y aceptada por la población, tolerancia inesperada en el mundo machista del campo.

Mi mayor satisfacción después de leer el libro es sentir que he aprendido algo de un pequeño rincón del Perú. Ojalá pudiera encontrar estampas así de cada pieza de este inmenso rompecabezas que es el Perú.