(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Ignazio De Ferrari

Cuando uno abre un diario, enciende un noticiero o escucha hablar a un político de oposición peruano, se queda con la sensación de que estamos sumidos en una profunda crisis que alcanza todos los niveles de la vida del país. Por el estado de ánimo general pareciera que la economía está en recesión y que muchos dudaran de la viabilidad de la presidencia de Pedro Pablo Kuczynski. ¿Pero estamos realmente tan mal? ¿Se justifica este estado de crispación colectiva?

En el terreno económico, la verdadera noticia de los primeros ocho meses del año es que, pese a Lava Jato y a El Niño costero, vamos a crecer entre 2,5 y 2,8%. No es poca cosa dado el fuerte impacto que han tenido el fenómeno climático y el escándalo de corrupción. Con esta cifra estaremos en la mitad de tabla de América Latina, según un informe reciente de la Cepal, lo que sugiere que si en nuestro caso hay ralentización, en buena parte de la región existe una verdadera crisis y hasta recesión. En el corto plazo nos va a ayudar el precio de los minerales que como el cobre –ha crecido de USS$2,20 a US$3,15 la libra en el último año– constituyen una fuente importante de divisas.

En el mediano plazo, las perspectivas económicas no son malas. Para empezar, se espera que los precios de nuestros principales minerales se mantengan estables o ligeramente al alza. A eso se suma el bono demográfico que, según la CAF, beneficiará a nuestro país hasta el 2038. Tenemos también una cartera en Pro Inversión, que solo en el 2018 puede llegar a generar casi US$10.000 millones en concesiones. Las proyecciones de crecimiento de organismos internacionales como el FMI son de 3,8, 4 y 3,9% para los próximos tres años. Si bien seguimos siendo una economía de muy baja productividad, el gobierno está aún a tiempo de poner este tema sobre la mesa.

En el frente social, la huelga magisterial ha costado una nueva caída en los niveles de aprobación del gobierno. Peor aun, la huelga ha empoderado al sector más intransigente del magisterio, liderado por Pedro Castillo. Sin embargo, puesto en una perspectiva más amplia, no es la primera ni será la última huelga que tengamos en este país tan complejo y desigual. Lo importante es tomar nota de los errores cometidos, que los ha habido, y diseñar una estrategia política creativa. Tampoco todo le ha salido mal al gobierno, pues ha logrado mantenerse firme en la defensa de las evaluaciones –por ahora, al menos, continúan– mientras ha dado muestras de buena voluntad frente al magisterio, adelantando el aumento a S/2.000 que tenía previsto para 2018.

En el terreno político y de la opinión pública el gran desafío es que no se termine de instalar la idea de que este es un gobierno sin rumbo. En esto el gobierno tiene la mayor responsabilidad, pues es el que debe definir la agenda del país, hacer reformas y dar muestras de un manejo eficiente y transparente de la administración pública. Sin embargo, en este frente, la oposición, los medios de comunicación y los comentaristas también son responsables de que el peruano común perciba que el país está peor de lo que realmente está.

Desde Toledo sabemos que en la era pospartidos los gobiernos son más proclives al error y, en general, a un pobre manejo de los hilos de la política. Ante esto, los medios y las figuras de la oposición tienen la opción de hacer leña del árbol caído, profundizando en los ciudadanos la sensación de desconfianza, o enfocarse realmente en lo que importa. La segunda alternativa parece ser la más responsable. En el caso de la oposición, y en particular del fujimorismo, parece ser también lo más sensato. El gran logro de Keiko Fujimori en las elecciones del 2016 fue construir una coalición multiclasista. Si el gobierno implosiona, nada garantiza que no surja una fuerza radical que rompa con su hegemonía en los sectores populares. Quien controla el Congreso también se expone a las frustraciones de los votantes.

Necesitamos un poco de calma en esta República desconcertada. El país no está tan mal como para tirar la toalla a solo un año de gobierno. El discurso que nos pide resignarnos al piloto automático es contraproducente para todos. La presidencia de Kuczynski no puede ser una media década perdida. Si todos lo entendemos, será más probable que no lo sea.