El presidente Castillo vive intensas presiones cruzadas, y no ha sabido resolverlas. La inestabilidad previa al nombramiento de los miembros del Consejo de Ministros permanece. El 28 de julio dio un mensaje a la nación contradictorio y con iniciativas muy dispares, pero lo central, a mi juicio, es que intentó disipar los peores temores que despertaba. De un lado, negó una política de expropiaciones y estatizaciones, y reconoció que el orden y la predictibilidad eran necesarias para la inversión; y del otro, reconoció que su propuesta de asamblea constituyente implicaba cambiar el artículo 206 de la Constitución, que requiere la aprobación del Congreso. Sin embargo, el nombramiento de Guido Bellido como presidente del Consejo de Ministros y el de algunos ministros en particular parecen expresar la noción de que el gobierno no está dispuesto a dar “ni un paso (más) atrás” frente a cuestionamientos de sectores de oposición o de aliados de izquierda. Por lo visto, habría la convicción firme de no dejarse “mangonear” por la “conspiración caviar unida al fujimorismo”. En todo caso, ceder espacios solo cuando sea estrictamente necesario. Así, Pedro Francke y Aníbal Torres terminaron integrándose a última hora al Consejo de Ministros, pero desde una posición de debilidad.
Así, si bien el Consejo de Ministros cuenta con algunas presencias valiosas, termina expresando en general a la izquierda más conservadora y anquilosada, cercana a los círculos del presidente, del partido de gobierno y sus aliados inmediatos, pero incapaz de leer adecuadamente el contexto en el que se encuentra, su aislamiento y precariedad. Sobre la base de una “ética de la convicción” malentendida, Castillo termina volviendo a mediados de abril, expresando poco más que el 15% de los votos emitidos en primera vuelta; y en el Congreso apenas unos 42 votos, los 37 de PL y 5 de JPP. El Ejecutivo prolonga su inestabilidad con varios ministros cuestionados sobre bases legítimas, esto cierra prácticamente la posibilidad de construir mayoría en el Congreso, con lo que se expone a censuras ministeriales y a que sus iniciativas legislativas no sean aprobadas. Se autocondena a la inviabilidad política. ¿Alcanzará el presidente Castillo a darse cuenta de que una cosa es la lógica de la negociación sindical, en la que gana quién más presiona y más inflexible se muestra, y otra muy diferente la lógica de gobernar?
Frente a esto, ¿qué debería hacer la oposición? En primer lugar, evitar caer en la tentación de la derecha extremista, según la cual el paso inmediato siguiente al desconocimiento del resultado de las elecciones es la declaratoria de la vacancia presidencial. Afortunadamente, las primeras declaraciones de la presidenta del Congreso y de otros líderes parlamentarios han ido en la línea de esperar a la presentación del Consejo de Ministros ante el Congreso de la República, que deberá ocurrir “dentro de los treinta días de haber asumido sus funciones”.
Segundo, es fundamental asumir que el gobierno tiene la autoridad para tomar decisiones, por más equivocadas que nos parezcan, mientras se enmarquen dentro de la Constitución y las leyes. Frente a ellas solo cabe responder mediante los canales institucionales existentes (crítica ante la opinión pública, movilizaciones ciudadanas pacíficas, eventualmente censuras ministeriales; razones fundadas hay para todo ello). Pero no se justifica en absoluto una lógica de “golpe preventivo”: actuar no democráticamente para evitar el supuesto establecimiento de una dictadura. Otro escenario sería uno en el que desde la propia presidencia se proponga violar abiertamente la legalidad y la Constitución, la declaratoria de vacancia requeriría de evidencias indudables de conducta antidemocrática, respaldadas en un amplio consenso político y ciudadano capaz de validarse según altos estándares internacionales. No estamos allí. Los temores de la oposición, muchos de ellos válidos y razonables, deben servir para esbozar escenarios y preparar respuestas políticas, no para patear el tablero. Hay demasiado en juego y todos los actores deben mostrar extrema prudencia e inteligencia.
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