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La cédula pesada
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Creo que las elecciones generales del 2026 serán difíciles para los peruanos. Un proceso distinto a todos los anteriores con una sobreoferta abrumadora de candidatos y con una sensación extendida de que el Perú se juega algo crucial.
La mayoría de peruanos no tiene tiempo para pensar en políticos que saben los decepcionarán otra vez. Cuidan a sus familias, trabajan para sostenerlas, piensan en cómo evitar que les roben o algo peor. La relación entre el acto de elegir y el rumbo real de las cosas nos ha decepcionado. La gente está harta de los de antes, de los de ahora y de los que pronto llegarán. Estamos molestos con los resultados que nos han dado quienes llegaron al poder con nuestro voto.
Así, parece una súplica absurda pedir al votante que se informe con seriedad sobre una larga lista de candidatos, muchos de los cuales ni siquiera parecen tomarse en serio a sí mismos.
La ironía de todo esto es que el acto electoral es uno de esos raros momentos en que el poder está, por completo, en manos de los ciudadanos. Es nuestra oportunidad para ejercer agencia. Y aun así, existe el riesgo de que la rabia y el cansancio terminen decidiendo más que la razón –y en contra de nuestros propios intereses–. A mí también me genera frustración que, en un contexto con tanto en juego, pareciera que se esforzaron en ponérnosla lo más difícil posible a los electores. Pocas alianzas. Infinitas caras. Poquísima esperanza. Pero nos toca reconocer que, si cedemos ante esos sentimientos, nosotros, y nuestros hijos y sus hijos, pagaremos las consecuencias.
Creo que es un error –del que yo misma a veces soy culpable– pensar en la elección del 2026 como una válvula de escape o una ‘tabula rasa’. No lo es. Es un capítulo más de la misma historia. La oferta electoral no brota de la nada: es el resultado de los incentivos que, a lo largo de muchos años, han construido los actores políticos que nosotros mismos hemos elegido. El sistema ya nos la puso difícil. Entonces, ¿cómo hacemos, como ciudadanos, para ayudarnos a que el voto sea menos a ciegas?
De pronto vale la pena ir a votar no con rabia, sino con la cabeza lo más fría posible; usar lo que sabemos para elegir lo que nos perjudique menos, lo que al menos deje la puerta abierta para construir algo mejor. Decidamos no seguir regalando el poder a la frustración ni a la indiferencia.

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