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En el quinto episodio de la séptima temporada de Black Mirror, titulado Eulogy (Apología), Paul Giamatti es Phillip, un hombre solitario que accede a un mecanismo innovador que le permite explorar sus recuerdos. Un pequeño dispositivo de inteligencia artificial –enviado vía dron por una empresa– le solicita ver fotos de una antigua novia que acaba de fallecer. Al principio, Phillip se muestra reticente, pero acaba buscándolas y enseñándoselas. Tras colocarse el dispositivo en una sien, el hombre entra en una suerte de trance que lo conduce a otra dimensión. En ese otro plano parecido a un sueño, guiado por la voz femenina del dispositivo, Phillip logra introducirse en las fotografías que previamente seleccionó.

De pronto lo vemos ocupando físicamente las fotos antiguas como quien ingresa a un escenario con tres dimensiones donde los actores (uno de ellos él mismo, solo que en su versión joven) se encuentran estáticos como maniquíes, tal y como fueron inmortalizados por una cámara tantos años atrás. Phillip no puede interactuar con ellos, pero recorrer el interior de la foto como si se paseara dentro de un retablo le permite recordar detalles vívidos, ya no solo del instante en que la imagen fue capturada, sino de la coyuntura sentimental que su vida atravesaba en aquel tiempo.

Pocos días después de ver ese episodio, leí un relato de Shirley Jackson: La historia que solíamos contar (el quinto de sus Cuentos Oscuros), donde dos amigas, la primera noche de su alojamiento en una gran casa, se quedan observando el pequeño y único cuadro que decora las paredes de una habitación. No habría nada extraño en ello si no fuera porque se trata de un óleo donde aparece la casa que esas mujeres ahora habitan, y porque dentro de esa casa dibujada hay una luz encendida que procede de la misma habitación donde ellas se encuentran. De tanto contemplar el cuadro, el cuadro –que a esas alturas ya nos damos cuenta de que tiene un poder sobrenatural– abduce a las dos mujeres apoderándose de ellas. Cuando ambas vuelven a verse, se encuentran dentro de la pintura, dentro de la habitación iluminada del dibujo de la casa, mirando hacia afuera, hacia la habitación real, esperando que un nuevo huésped las rescate.

Penetrar las fotos, vivir en los cuadros. ¿Sería magnífico o terrible?, ¿un sueño o una pesadilla? En lo primero que pensé tras leer el cuento de Shirley Jackson fue en lanzarme dentro de cualquiera de las famosas pinturas con piscinas de David Hockney, y nadar en esas aguas turquesas, bajo esos cielos radiantes, y refugiarme bajo las sombras proyectadas por un sol siempre generoso.

En cambio, al concluir el episodio protagonizado por Paul Giamatti en Black Mirror, fue inevitable pensar qué fotografía elegiría para meterme en ella atravesando el túnel del tiempo, la física y la lógica. Lo supe casi de inmediato: la foto de 1983 donde mis dos hermanos y yo aparecemos al lado de nuestros padres en un hotel de Chosica. Estamos apoyados en la pared de ladrillo rojo de un bungaló, los tres rodeando o más bien abrazando a nuestro padre, ese hombre de cincuentaisiete años que acaba de jubilarse del Ejército y por fin tiene tiempo para pasar un fin de semana con nosotros, lejos de Lima, desconectados de la rutina y las obligaciones. Al lado, mi mamá nos observa, tan joven, con sus enormes gafas oscuras, su bañador celeste y un walkman Sony cuyos audífonos tenían unos protectores de espuma naranja.

Sería fascinante poder traspasar la imagen y quedarme unos minutos o incluso unos días dentro de ese escenario, como hace Phillip en Eulogy, dando vueltas alrededor de esos personajes –los hijos detenidos en la infancia, los padres detenidos en su adultez– y quedarme contemplando sus miradas, sus atuendos, sus calzados, objetos que ya no existen, pero que existieron y tuvieron su encanto y acaso su importancia.

A mis alumnos de escritura creativa a veces suelo pedirles escribir un texto a partir de una vieja foto familiar. Quiero que me cuenten qué les dice ahora esa foto antigua, y qué ha sucedido con los hombres, mujeres, niños que allí aparecen sonriendo en un tiempo perdido, ¿en quiénes se han convertido en el caso de seguir vivos? También les pido contar si el lugar que sirve de fondo todavía existe y, si no, qué tipo de edificio o negocio o construcción ha sido levantado en su lugar. En el fondo, el encargo es que penetren la imagen, que habiten la foto, que se dejen secuestrar por ella, que vuelvan imaginariamente a ese instante para darle movimiento y escribir desde el pasado, no solo desde el presente. El resultado nunca tiene desperdicio: textos bellos, llenos de crudeza, melancolía y verdad, algunos tan conmovedores como la historia que protagoniza Paul Giamatti en la serie, o como el cuento oscuro de Shirley Jackson.

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