Editorial El Comercio

El jueves, cuando el presidente visitó el hospital Edgardo Rebagliati en Jesús María, a propósito de su sexagésimo cuarto aniversario, los pacientes y visitantes del centro de salud lo recibieron con abucheos. Se le gritó “¡fuera, corrupto!”, se le reclamó por el deficiente servicio en el nosocomio y se lo acusó de mentiroso (todas denuncias, hay que decirlo, con bastante asidero). Luego, sus agentes de seguridad lo cercaron y se aproximaron a los asistentes para mantenerlos alejados.

Poco después, el jefe del Estado ofreció un discurso en el establecimiento de salud y se refirió a lo que acababa de ocurrir, permitiéndose una interpretación, tan conveniente como mezquina, de la situación. Según dijo, las protestas venían de quienes . Y sentenció: “Los que gritan afuera ya no tienen oportunidad de aquellas cúpulas inmensas donde antes tenían todo”.

En pocas palabras, al presidente le costó poco separar a las personas que lo cuestionaron en el Rebagliati del “pueblo” al que suele referirse, para describirlas como delincuentes. Una circunstancia que revela que la pertenencia a ese “pueblo” al que suele atribuirle virtudes de todo tipo depende enteramente de sus simpatías y que los enemigos de ese pueblo serían los que, de manera legítima, le reprochan por liderar un gobierno opaco y sumido en indicios de corrupción.

Además, el mandatario ha vuelto a ratificar su indolencia y su desconexión de la realidad que lo llevan a no reconocer el tremendo daño que su administración le viene haciendo al país. Indolencia, porque quienes le increpaban –y con justa razón– son pacientes o familiares de pacientes que tienen que enfrentarse día a día con el calvario de pugnar por citas médicas, esperar una cama o que se programe una operación, que todos los que visitan hospitales administrados por Essalud conocen ampliamente. Pero hablando de un jefe del Estado que para promover la asignación de un presupuesto que ni siquiera existe en estos momentos, la verdad no sorprende tanto.

Y desconexión, porque si se lo califica como corrupto, es simplemente porque las evidencias de que él forma parte o, cuando menos, permite que este flagelo florezca en su círculo más cercano son abrumadoras e innegables, y en esta página hemos intentado enumerarlas todas... y nos ha faltado espacio. Parece que al jefe del Estado que se ufana tanto de representar y gobernar para el “pueblo”, no le gusta que ese mismo “pueblo” lo califique como lo que, a juzgar por las encuestas, más de la mitad de los peruanos considera que es, un corrupto.

Además de despotricar contra quienes lo critican, no hay que olvidar que el presidente suele victimizarse y evitar responder por los serios señalamientos en su contra (lo que abona a la sensación de que, en realidad, no lo hace porque no tiene respuestas para estos). Su silencio ante la prensa y el Ministerio Público ya es moneda corriente y la obstrucción al accionar de la justicia, con medidas legales y otras que no lo son tanto, también.

Esta tarde, por ejemplo, tendrá lugar la marcha denominada Reacciona Perú, en protesta contra su gobierno y a la que asistirán gremios de todo tipo, diversos partidos políticos y hasta representantes de la Iglesia, amén de los ciudadanos que, sin representar a ningún colectivo, acudirán a la misma. ¿Calificará el presidente también a los asistentes como corruptos? ¿Dirá de ellos que se manifiestan contra su administración porque “hoy no tienen espacio para robarle al pueblo”? ¿Alegará nuevamente que quienes se expresan contra su gobierno lo hacen porque están motivados por algún estímulo perverso? Por lo visto hasta ahora, uno podría responder estas preguntas sin temor a equivocarse.

Habría que recordarle al presidente que quienes lo critican no son corruptos y que los que sí parecen serlo, más bien, son los que están cerca de él.

Editorial de El Comercio

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