En sus películas, Egoyan explora temas como la alienación y la soledad. "Exótica", "El dulce porvenir" y "Ararat" son algunos de sus trabajos más notables.
En sus películas, Egoyan explora temas como la alienación y la soledad. "Exótica", "El dulce porvenir" y "Ararat" son algunos de sus trabajos más notables.
Claudio Cordero


Por Claudio Cordero

Las películas de Atom Egoyan (El Cairo, 1960) suelen empezar donde otras terminan: con una tragedia de consecuencias irreparables. Pero lo más inquietante no es la tragedia en sí misma sino sus efectos intangibles sobre los testigos, los deudos, los sobrevivientes. El tiempo que se queda y nunca se va es el verdadero protagonista de sus relatos enmarañados de negación y pérdida espiritual. Siempre enigmático y envolvente, el universo de Egoyan es lo que muchos llaman un “gusto adquirido”, sobre todo para el espectador poco habituado a explorar su vena detectivesca; aquí las cosas nunca son como parecen a primera impresión, incluyendo la conducta de los personajes y sus motivaciones; la estructura misma de la narración es clave para que todo repose en la ambigüedad.

En la primera escena de Exótica, su obra maestra de 1994, un inspector de aduana es instruido sobre cómo escudriñar a un potencial contrabandista. Dice el oficial: “Tienes que preguntarte qué es lo que ha llevado a la persona hasta ese extremo. Qué se ve en su cara, en su actitud, que le haya llevado por ese camino. Tienes que convencerte de que esa persona tiene algo oculto que tú debes encontrar”. Estas instrucciones deberían ser memorizadas por cualquier persona que desee iniciarse en el cine de Atom Egoyan.

El Festival de Cine de Lima, en su vigésima primera edición, ha tenido la estupenda idea de invitar a este extraordinario autor. Como ocurrió antes con Alexander Payne, Bruno Dumont, Werner Herzog y Luc Dardenne, se consigue la visita de un cineasta internacional de primer nivel y que aún está en plena actividad, haciendo algunos de sus mejores trabajos. Como no podía ser de otra manera, Egoyan vendrá acompañado de la notable Arsinée Khanjian, su esposa y actriz fetiche. Entre los dos han creado una de las más estimulantes complicidades artísticas entre un cineasta y su mujer.

Egoyan y su esposa Arsinee Khanjian, en el estreno de la película "Remember", durante el Festival de cine de Venecia de 2015.
Egoyan y su esposa Arsinee Khanjian, en el estreno de la película "Remember", durante el Festival de cine de Venecia de 2015.

Aunque la cartelera peruana no haya sido precisamente generosa a la hora de exhibir sus trabajos —la más galardonada de ellas, El dulce porvenir, jamás llegó a nuestras salas comerciales—, las contadas veces que el cine de Egoyan encalló por estos lares dejó una marca indeleble. En opinión de Sebastián Pimentel (crítico del suplemento Luces de este diario), “Egoyan es uno de los cineastas más personales y originales de los últimos treinta años. Su cine es exigente y sinuoso, lleno de misterio, de un ritmo apocado y una melancolía hecha sobre la fatalidad. Definitivamente no es un cine complaciente, para nada, sino muy riguroso, y que configura un universo único”. Para Mario Castro Cobos (del blog La Cinefilia no es Patriota), la recordada Exótica es un filme “donde logras encontrar lo máximo que puedes pedirle al cine: el funcionamiento del pensamiento, la impresión de estar ante una mente funcionando. Cada vez que recordamos o pensamos es como si armáramos un rompecabezas. Nuestra identidad, nuestros traumas, nuestros más profundos afectos y secretos son puestos en juego”.

Sobran motivos para deducir que el cine de Egoyan aún no ha develado todos sus secretos. Y queremos creer que nunca terminará de hacerlo. Por lo pronto, y a manera de anticipo de su llegada en agosto, conversamos con él.

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Egoyan en una conferencia de prensa, durante el Festival de cine Cannes 2014.
Egoyan en una conferencia de prensa, durante el Festival de cine Cannes 2014.

El dulce porvenir está cumpliendo 20 años y, entre todas sus películas, es la que más ha gozado de aclamación universal. ¿Cómo explica el lugar que ocupa en su filmografía?
La película describe la peor pesadilla que puede pasarle a una comunidad, utilizando esta tragedia para contar la historia de resistencia de una joven y su rebelión contra la victimización. Lo que es más inusual de este relato es que todos quieren que se identifique como una víctima —con el fin de conquistar una enorme demanda legal—, pero ella utiliza este proceso para reclamar su propia autoridad y sentido de la dignidad. Para narrar este complejo proceso conté con un increíble reparto de actores y con mi equipo creativo (el director de fotografía, el diseñador, el editor y el compositor), quienes se exigieron hasta los más altos niveles de su oficio y su arte. Esta mágica combinación de historia, reparto, locaciones y equipo creó la película que todos conocen. Estoy muy orgulloso del guion, que adapté de la novela de Russell Banks, pero el tono y el sentimiento de la película son muy diferentes a los del libro. Tiene un tono de ensueño, incluso mitológico, y es eso lo que da a El dulce porvenir un sentimiento tan especial.

Para muchos directores cada película es como un hijo, por lo que se les hace difícil escoger una favorita. ¿En su caso ocurre lo mismo? ¿Hay alguna qué esté más cerca de su corazón?
Si bien El dulce porvenir es mi película más aclamada por la crítica, siento que La vida en video y Exótica están entre mis obras más personales. Estoy muy satisfecho de haber hecho Ararat, que —a pesar de sus complejidades y desafíos — logró abordar el asunto del genocidio armenio de una forma moderna y contemporánea; no se trata del acontecimiento histórico, sino de cómo ese trauma se ha filtrado a través de cuatro generaciones hasta el presente; también, trata del daño psicológico de la negación. Hablando de la negación, también estoy muy orgulloso de mi última película, Recuerdos secretos, que cuenta con una actuación extraordinaria de uno de mis actores favoritos, Christopher Plummer. Pero de todas mis películas, Exótica es la que todavía me sorprende. Además, me permitió trabajar con una de mis canciones favoritas, “Everybody Knows”, de Leonard Cohen.

Ya que ha mencionado Ararat y el tema del genocidio armenio —una de sus grandes preocupaciones como hombre y como artista—, ¿considera que el cine tiene una responsabilidad moral hacia los hechos históricos?
El cine tiene la responsabilidad de ser sincero. La cámara siempre puede capturar esta sinceridad, incluso cuando está siendo juguetón o travieso. Los hechos históricos no deben definirse por su potencial cinematográfico; la historia es demasiado vulnerable para ser situada en esta posición, ya que el arte siempre tendrá sus necesidades subjetivas que pueden estar en desacuerdo con la realidad. De esto trata finalmente Ararat. En un mundo de negación —y el gobierno turco hasta el día de hoy niega la monstruosidad de este terrible crimen—, ¿realmente dependemos de una película para cambiar las cosas? No lo creo. La historia está basada en las conversaciones entre individuos que pueden conducir a la acción. A veces una película puede ayudar a iniciar esta conversación, pero necesita encontrar impulso con un público más grande y, finalmente, con los gobiernos y las leyes y el reconocimiento y la justicia.

Cambiando de tema, ya que Exótica todavía le sorprende, le diré que fue, precisamente, la primera película suya estrenada en el Perú, y que generó una gran división entre público y crítica. ¿Concibe el arte como un medio de provocación?
Lo más provocador es cuando se cuestionan las expectativas. Vas al cine esperando ver una película sobre una stripper y su cliente, pero conforme se van desnudando las capas, como quien pela una cebolla, te acercas cada vez más a algo que te lleva a un lugar profundo y sumamente misterioso. Al final, lo más ‘exótico’ es cómo nos relacionamos con nuestra comprensión de una experiencia personal. En la película se representan fases de un ritual y una performance diseñadas para cubrir y ocultar el dolor de un grupo de personajes que se recuperan de un acto perverso que ninguno de ellos puede entender. El arte es provocador cuando es brutalmente verdadero, no cuando es simplemente explotación.

Egoyan en Cannes, 2010.
Egoyan en Cannes, 2010.

Recuerdos secretos fue escrita por Benjamin August, pero la mayoría de sus películas están basadas en guiones originales de su autoría. ¿Cambia mucho su enfoque cuando trabaja a partir de material ajeno?
Cuando trabajo con una fuente ajena, ya sea adaptando libros de otras personas (El dulce provenir, El viaje de Felicia, Where The Truth Lies) o con guiones de terceros (Chloe, Condenados y Recuerdos secretos), debe haber algo en ellos que encuentre personalmente convincente y emocionante. Nunca podría hacer un largometraje que no me fascinara, y muchos de los proyectos que no están basados en mis ideas propias abordan temas que exploro en mis guiones. Cuando me involucro en estos proyectos no es solo para servirles lo mejor posible, sino también para ser fiel a mi propia sensibilidad artística. Mientras hago estas películas me siento tan cerca de sus temas como lo hago con mi material propio, aunque no me siento tan expuesto y vulnerable con el resultado final. Esto es natural y esperable, ya que estas historias tienen, claro, otra procedencia.

Alguna vez dijo que hacer películas es como soñar porque le permite saltar atrás y adelante en el tiempo sin ningún esfuerzo. ¿Por qué el cine raramente explora esta posibilidad?
Para la mayoría de la gente —especialmente los profesionales del negocio— el cine es una industria. Son como fábricas que hacen productos que deben consumirse tan fácil y cómodamente como sea posible. Esta ha sido siempre la gran división en el cine, desde sus mismos inicios. Tienes por un lado a los hermanos Lumière, que se hicieron muy ricos con sus representaciones directas de la realidad; y el maravilloso mundo de Georges Méliès, quien experimentó con el cine como un paisaje de sueños, y murió como un mendigo. La industria seguirá amoldando las expectativas del público hacia el tipo de películas más sencillas de consumir; por eso es tan importante que los festivales muestren el trabajo de los artistas más audaces e innovadores. El cine es una forma de arte extraordinario, y necesita ser respetado como tal, aunque tiene un lado muy comercial también.

En Cannes, 2014. Egoyan con los  actores Peyton Kennedy, Ryan Reynolds y Rosario Dawson.
En Cannes, 2014. Egoyan con los actores Peyton Kennedy, Ryan Reynolds y Rosario Dawson.

Ha trabajado con algunos de los mejores actores del cine mundial, entre reconocidos veteranos (Christopher Plummer, Bob Hoskins, Ian Holm); y jóvenes talentos, a los que prácticamente descubrió (Sarah Polley, Mia Kirshner). ¿Qué los hace tan especiales?
No me importa si son grandes estrellas o desconocidos: los trato a todos como actores, y lo que hacen en mi set es la parte más importante y crucial de todo el proceso. Ellos están encarnando vidas y experiencias humanas, y si no son totalmente veraces en este proceso, todo lo demás fracasará. Estoy allí para ser su primer público, algo que considero un privilegio. Mi trabajo es acompañarlos y estar presente para recibir su trabajo casi sagrado de habitar las vidas de otras personas.

Una curiosidad final: ¿qué opina de Netflix y de la reciente polémica? Usted ha sido jurado en Cannes. ¿Considera desafortunado que una película estrenada en la pantalla chica obtenga los premios más importantes del mundo del cine?
Creo firmemente que los festivales deben defender el acto de ver películas en pantalla grande con un sentido ininterrumpido de duración y tiempo fijo. En un verdadero acto de cine, el espectador está recluido en una sala. No hay posibilidad de hacer pausa, o ver otras cosas al mismo tiempo, o distraerse. Los festivales necesitan defender esta posición, por lo que los teléfonos celulares deben estar apagados y la gente callada. Tiene que ser un verdadero oasis alejado del ruido y el bullicio de nuestras vidas modernas y saturadas de imágenes.


Filmografía

Next of Kin (1984)
La vida en video (1987)
Guiones cambiados (1989)
El liquidador (1991)
Calendar (1993)
Exótica (1994)
El dulce porvenir (1997)
El viaje de Felicia (1999)
Ararat (2002)
Where the Truth Lies (2005)
Adoration (2008)
Chloe (2009)
Condenados (2013)
Cautivos (2014)
Recuerdos secretos (2015)

Portada de "Los adulterios de la escucha. Entrevistas con el 'otro cine'" (2006), de Lorena Cancela.
Portada de "Los adulterios de la escucha. Entrevistas con el 'otro cine'" (2006), de Lorena Cancela.

Egoyan y yo

Tuve la oportunidad de entrevistar a Atom Egoyan en dos oportunidades, y cada encuentro fue sumamente enriquecedor e inspirador. Es un excelente cineasta pero al mismo tiempo un hombre sumamente respetuoso y memorioso: si bien habían pasado diez años entre uno y otro encuentro, él se acordaba de mí. Mi interés por su obra viene desde mis años de estudiante en la universidad cuando para una de las materias de análisis del cine preparé una monografía sobre su filmografía. Había que elegir a un director y yo había visto de casualidad Exótica, que me había sorprendido. Entonces empecé a buscar material anterior suyo y así di con varias películas que me impactaron profundamente, títulos donde las nuevas tecnologías intentan suplantar, con distinta suerte, la memoria y las emociones humanas.
      Experimentales, dolorosos, complejos, estructurados a la manera de un collage, los filmes de Egoyan se refieren a los traumas. Estos pueden dividirse en individuales y colectivos. Los individuales están generalmente asociados a los dramas personales: los duelos, las pérdidas, los conflictos de pareja (Calendar, Next of Kin, El liquidador). Los colectivos están vinculados a horrores de una magnitud tal como un accidente de bus escolar (El dulce porvenir), el genocidio armenio (Ararat), o el Holocausto judío (Remember).
     En los relatos de Egoyan siempre está la pregunta sobre cómo dar cuenta de estos eventos y si es posible, representación mediante, acercarse de alguna manera a esas grietas insondables de la humanidad.

(Lorena Cancela. Crítica de cine argentina y autora de Los adulterios de la escucha. Entrevistas con el “otro cine”).

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