Lourdes Fernández Calvo

Lizbeth está nerviosa. En menos de cinco minutos le ha pasado tres veces un trapo viejo a su taxi para quitarle el polvo. Por momentos, parece multiplicar sus extremidades. Con un brazo coloca el casquete de taxi sobre el techo del auto, mientras que con el otro se peina. “Ahora sí estoy lista”, dice intentando sonreír.

En el 2001, cuando tenía 21 años, Lizbeth Moreno Limaymanta dejó de ser cobradora de microbús y se convirtió en taxista. Para ella, ningún trabajo tiene género y así lo demuestra de lunes a viernes desde las 4 a.m., cuando sale de su casa en Independencia. El miedo tampoco ha sido su enemigo y lo enfrenta con puro instinto.

Vocación. Lizbeth Moreno Limaymanta ha dedicado 14 de sus 35 años a ofrecer el servicio de taxi en la capital. Asegura que no existe otro empleo que le pueda dar tanta satisfacción como este. (Hugo Pérez / El Comercio)

Vocación. Lizbeth Moreno Limaymanta ha dedicado 14 de sus 35 años a ofrecer el servicio de taxi en la capital. Asegura que no existe otro empleo que le pueda dar tanta satisfacción como este. (Hugo Pérez / El Comercio)

“Siempre veo bien a las personas; si no me dan confianza, no suben”, asegura.
Para ella, ser mujer y taxista es un reto. Pese a que la gente se sorprende cada vez que la ve conducir su auto, Lizbeth responde con una sonrisa que genera confianza. La empatía es tan natural que incluso los pasajeros no le preguntan la tarifa antes de subir. Algo inusual en la ciudad.

Lizbeth devuelve el gesto musicalizando el viaje. “Si son pareja, les pongo su baladita”, comenta mientras pone ‘play’ y acelera.

No tiene miedo

El Señor de los Milagros y San Martín de Porres están frente a frente. Sus imágenes cuelgan del parasol del auto rojo de la taxista Carola Mazzei Mancesidor. “Todos los días me encomiendo a Dios antes de manejar”, cuenta tras envolver un rosario en el espejo retrovisor.

Carola tiene 52 años, 2 hijos y en noviembre cumplirá 12 años manejando para una empresa de taxi remisse. Su familia aún le pide que deje de ‘taxear’, pero ella no cede. Dice haberse acostumbrado al tráfico y a lidiar con aquellos que le gritan que se dedique a la cocina.

Guerrera. Carola Mazzei no se amilana ni se queda callada cuando critican lo que hace. Para ella, ser taxista es un desafío. (Hugo Pérez / El Comercio)

Guerrera. Carola Mazzei no se amilana ni se queda callada cuando critican lo que hace. Para ella, ser taxista es un desafío. (Hugo Pérez / El Comercio)

Si algo no permite Carola es que sus pasajeros estén inseguros. Pese al riesgo, se ha enfrentado a delincuentes que han terminado fracasando en sus intentos de asalto.

Diariamente, funge de psicóloga y ha aconsejado a pasajeros deprimidos, confundidos y hasta decepcionados del amor. “Hay historias que te parten el alma y te dejan mal”, confiesa.

Mujer de retos

Cuando una mujer policía le gritó que manejaba lento, justamente por ser mujer, Ana Bellima, de 40 años, sintió que había visto lo más irónico en sus 12 años como taxista remisse.

Lo más desafiante de su oficio, dice, ha sido convencer a un empresario que no quería ser trasladado por ella por ser mujer. “Terminó felicitándome”, cuenta risueña.

Al igual que Lizbeth y Carola, Ana es dueña de sus horarios y solo excede las diez horas de jornada cuando es necesario. Las tres son conscientes de que forman parte de apenas el 3% de los 91.127 taxistas inscritos en el Setame, pero confían en que en poco tiempo serán más.

Dedicada. Ana Bellima solo se permite renegar después de que se baja del taxi. Su objetivo es que sus clientes queden contentos. (Hugo Pérez / El Comercio)

Dedicada. Ana Bellima solo se permite renegar después de que se baja del taxi. Su objetivo es que sus clientes queden contentos. (Hugo Pérez / El Comercio)

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