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Killing Joke
Czar Gutiérrez

Cinco cuadras de esmalte negro sobre labios rojos. La cola dobla dos esquinas. El cuero es negro, la mirada esquiva. Y esa actitud escasamente propositiva que destilan las criaturas que nacieron entre la agonía del punk y la ascensión del gothic. La silenciosa hilera avanza por la avenida Bolivia hasta que aparece el hombre cuya imagen está estampada en los polos. Entonces toda pose se fractura con el destello del 'selfie'. En el ojo de la tormenta Jaz Coleman.

"Yo siempre salgo a saludar a la gente que me da de comer", me diría más tarde en la carpa del 'after party', a la que se ingresa con la única contraseña posible para un concierto sin zona vip: "Hola, ¿los puedo saludar?". Y listo. Porque la comunión con los padres fundadores siempre será un fruto abierto. Como el show precedente, ese bloque demoledor, limpio y eterno que bordó ante una Lima que sigue temblando.

DE AMOR Y SANGRE
A las 11:15 subió toda la tropa, sin luces que se apagan ni obertura que los anuncie. Serán las cuerdas de Geordie Walker las que revienten primero para delinear el único hit científicamente comprobado de la banda en estos pagos, "Love Like Blood", reversión del orden que anuncia una noche sin concesiones. Que da un salto industrial con "European Super State" desde el teclado del andrógino Roi Robertson, gobernante del underground londinense desde su exquisito Mechanical Cabaret.

Sobre los amortiguadores de su único invitado rebotará el bajo de Martin 'Youth' Glover, especialmente prominente en el funki insano "Autonomous Zone" y en el controvertido retro "Eighties" –por el que enjuiciaron a Nirvana–. Ni la sombra profunda que prolonga Coleman impedía vislumbrar en este sujeto, íntimo amigo de Paul McCartney, al insigne productor de The Verve, The Cult, Guns N’ Roses, Siouxsie, Art of Noise, Erasure, U2, INXS, Depeche Mode, Dolores O’Riordan y siguen firmas.

Porque Killing Joke es una tempestad uniforme de talentos que encuentra en los tambores del restaurador de arte Paul Ferguson el núcleo de la explosión: desprende "New Cold War", "Requiem" y "Change" como bloques cataclísmicos; con "Bloodsport", "Butcher" y "Loose Cannon" perpetúa la hecatombe, mientras "Labyrinth", "Corporate Elect", "Asteroid", "The Wait" y "Pssyche" dejan el horizonte perfectamente eléctrico, turbio y dulce. Y se van.

EL NUEVO MAHLER
"Tanto tiempo he esperado para llegar aquí, a mi tierra favorita. Aquí estoy para la Pachamama y para todas sus plantas milagrosas, como la ayahuasca", dice Jaz Coleman reapareciendo en el bis con los brazos abiertos como un Cristo que abre sus fauces. Entonces la Tierra se abre en cuatro tajos, otra vez: "S.O.36", "The Death and Resurrection Show", "Wardance" para un final orlado con la primorosa brutalidad de "Pandemonium".

Luego la fiesta se remata con pisco y cerveza bajo la carpa: la banda emblema del rock mundial consume lo que el Perú produce y saluda la performance de Liquidarlo Celuloide, noise nacional de altísimo voltaje en la apertura de una noche que se eterniza. Sobre todo si Jaz Coleman –genio musical contemporáneo considerado el nuevo Mahler– cumple lo que promete: regresar en un par de meses, abrir una clínica de música y permear sus acordes con cumbia peruana. Entonces volverá y será millones (otra vez).

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