(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).
Elder Cuevas-Calderón

Saliendo del aeropuerto de Nueva York, un taxista paquistaní le preguntó al intelectual italiano Umberto Eco acerca de su procedencia, la cantidad de los habitantes de su nación y, curiosamente, por los enemigos de su país. Extrañado por esta última pregunta, Eco se dio cuenta de que para el taxista tener un enemigo definido era lo que le permitía definirse a sí mismo como paquistaní. La construcción del enemigo no solo era lo que soportaba la definición de su identidad, sino también el obstáculo con el que medía los valores ajenos para realzar los propios.

En un tiempo en el que la estancia de venezolanos en nuestro país parece haber pasado bruscamente de ser bienvenida a ser rechazada por algunos sectores, para algunos parece de sentido común lamentarse por su presencia. Sin embargo, todo sentido común es siempre –como advertía Jacques Lacan– una represión común. ¿Podría ser la construcción de un enemigo una forma de represión de algo que excede a los venezolanos?

Vayamos por partes. Un enemigo se construye escalonadamente.

Primero. Se necesita afirmar que el enemigo es alguien diferente a nosotros; ya sea por sus costumbres, sus diferencias lingüísticas, sus formas de sociabilidad, etc. Lo importante es que sus actos sean totalmente opuestos –y nuevos– a los nuestros.

Segundo. Esa enemistad se construye sobre aquellos a los que nos interesa representar como amenazadores, aunque no sean una amenaza directa. Lo que pone de relieve su diversidad no es el ‘carácter amenazador’ de sus prácticas, sino que su diferencia misma –el simple hecho de ser venezolanos– se convierte en señal de amenaza. Es decir, se construye al sujeto amenazante en base a su origen.

Tercero. Una vez que se sabe que alguien es diferente y amenazante, se le bautiza con todos los adjetivos necesarios a fin de transformarlo de un ente gaseoso a uno sólido.

Cuarto. Se intenta hacerlo feo y lograr que huela del mismo modo, darle un estigma, una marca en su cuerpo que exhiba algo negativo o poco habitual al promedio. Un enemigo, entonces, sería aquel que carece o tiene un excedente de algo que le impide ser normal.

Este proceso se alimenta de distintas fuentes; desde las políticas hasta las literarias. En cualquier caso, se enuncia al enemigo como aquella persona a la que se identifica por sus prácticas extrañas, incompatibles y nunca antes vividas. Se aborrece al enemigo porque tiene características marcadas, particulares, diferentes e incompatibles con la vida actual.

Lo paradójico de todo es que, cuando analizamos el sentimiento de enemistad que contrapone a peruanos y venezolanos, las diferencias no parecen ser tales. Me explico.

A los migrantes venezolanos, por ejemplo, se les ha acusado de ‘robar’ trabajo, de tener acceso al seguro de salud y de ejercer un supuesto derecho al voto. En ningún momento el rechazo hacia ellos se basa en sus particularidades, sino más bien en los supuestos beneficios que obtienen. Así, dicha enemistad radicaría realmente en algo que excede a los propios venezolanos y se concentra más bien en lo que estos representan para los peruanos.

La ‘amenaza venezolana’, entonces, sería la sinécdoque de un país (el Perú) harto de un subempleo sin beneficios, de un sistema de salud colapsado y de una apatía a la participación política y cívica. ¿Usted, acaso, no está harto de los atropellos que sufre en su trabajo? ¿Y de tener que pagar un seguro particular para ser atendido humanamente? ¿O de que su voto se deba más a la multa que a la convicción de elegir animadamente a un candidato?

La anécdota de Eco permite entender que la construcción de un enemigo no es otra cosa que la búsqueda de un chivo expiatorio en medio de una profunda crisis social. En el Perú, creo que es fundamental dejar de pensar que la creación de un enemigo responde a una manipulación política o a un espontáneo chauvinismo. Por el contrario, este enemigo público no tiene ninguna relación con los venezolanos, sino con el malestar coyuntural, con el hartazgo ante las condiciones laborales, la ineficiencia de la salubridad pública y la anomia política que representa nuestro Estado ahora que vamos descubriendo el alcance de la corrupción.