Apenas la congresista Patricia Chirinos ingresó el pedido de vacancia, Waldemar Cerrón, congresista por Perú Libre, amenazaba con el cierre del Congreso. Cinco presidentes y tres años después del Gobierno de PPK, el ojo por ojo se normalizó. Sumado a la ineptitud del gobierno actual, resultó, como sugieren Waldo Mendoza y Sonia Goldemberg, en “la fuga de capitales más grande de la historia” y en un país ingobernable. La volatilidad política no llegó con Pedro Castillo, pero empeoró con él y la ciudadanía demanda estabilidad. Esta volatilidad se debe al discurso iliberal, violento y extremo que actualmente practican los políticos y aplaude la ciudadanía. Para estabilizarlo, debemos cambiarlo por un debate democrático que no busque destruir, sino construir.
El Perú, como la mayoría del mundo, eligió el liberalismo en lugar del comunismo. Nuestra democracia liberal, con un espectro político que va de izquierda a derecha, cree en el Estado de derecho, el libre mercado y en una sociedad abierta y tolerante que busca el pluralismo político.
Sin embargo, según “The Economist”, dentro del liberalismo ha surgido una nueva izquierda con valores iliberales. Ellos se esconden detrás de su superioridad moral para cancelar las ideas de la oposición, impedir su acceso a cualquier plataforma y relegar su participación política. Igual que esta izquierda iliberal (IZILI), la derecha bruta y achorada (DBA) reproduce esas conductas, pero por otros motivos. En el Perú, la IZILI y la DBA se autodenominan democráticos, pero en la práctica buscan restringir los derechos y libertades civiles del rival contradiciendo los valores liberales que dicen enarbolar.
Asimismo, nuestro espectro político se extiende más allá del liberalismo para incluir al comunismo, ya que aún es una opción para partidos como Perú Libre. Por definición, el comunismo es iliberal: utiliza el control, limita derechos individuales, la libertad de expresión, el libre mercado y reprime cualquier tipo de oposición política.
Estas tres facciones encabezan el debate político actual, colisionando permanentemente debido a sus principios iliberales y a su agresividad, limitando cualquier posibilidad de consenso, pese a que este es el oxígeno de la democracia, aunque últimamente no lo ejercen.
Felizmente, lo único que se necesita para estabilizar el debate político es que los demócratas sean consecuentes con sus principios. En esto la ciudadanía cumple un rol único. Primero, deben aplaudir solo a los líderes que sean consecuentes con esos valores. Segundo, no pueden negarle las virtudes de la democracia a los iliberales, aunque parezca injusto; la única forma que nos asegura que la democracia funcione para uno es que funcione para todos. Los líderes políticos democráticos, por su parte, deben trabajar para avanzar en base a consensos, aun cuando en ocasiones se sientan lejos de sus seguidores.
Si continuamos con el debate iliberal y violento, no habrá cuándo acabe el ojo por ojo. Al final, solo nosotros podemos construir un país democráticamente moderado o iliberalmente violento. Nuestros hijos serán los únicos que sufrirán las consecuencias de la cultura que les dejemos, sea esta de confrontación o de consenso.