
La joven se llama Yessenia Lozano, estudió derecho en la Universidad Señor de Sipán y es militante de Alianza Para el Progreso (APP). La universidad, como se sabe, le pertenece a César Acuña. El partido, también. Con lógica impecable, en consecuencia, ella se ha definido como la “hija política” del próspero empresario. Y la verdad es que ahora que se han detectado en su tesis del 2012, párrafos pasmosamente parecidos a otros que la jurista argentina María Eleonora Cano incluyó en un texto suyo del 2001, no pueden caber dudas de que salió a él.

Doña Yessenia trabajaba discretamente desde hace un tiempo en el Congreso, pero el domingo pasado saltó al centro de la noticia a raíz de un informe de “Cuarto Poder” que sacó a la luz la enorme fortuna de la que ha gozado en su trayectoria laboral dentro del Legislativo. De ser asesora de la bancada de su partido, pasó a asistir al actual presidente del Parlamento, su correligionario Eduardo Salhuana, y de ahí, a encabezar el Centro de Modalidades Formativas: una oficina teóricamente encargada de organizar y supervisar las prácticas profesionales de los universitarios en el Palacio de la Plaza Bolívar. El problema fue que un cierto aroma a favor político impregnaba la atmósfera en torno a esta designación, y eso atrajo la atención del programa periodístico. Así, el mentado reportaje puso de relieve que, de acuerdo con los registros de la Sunedu, la dama no cumplía con los requisitos académicos para acceder al cargo (remunerado con nada deleznables S/19.000 mensuales) y que, además, una imponente fotografía de César Acuña, evocadora de las imágenes decorativas del Corazón de Jesús, se lucía detrás del escritorio que ella ocupaba en esa dependencia, supuestamente destinada a desarrollar una función neutra en el Congreso. La respuesta de los responsables del despropósito, desde luego, fue negar lo evidente.
–El otro serrucho–
Un comunicado institucional del Legislativo, primero, y el propio Eduardo Salhuana, después, trataron de desmentir la denuncia, proclamando que la señora Lozano tenía una maestría que hasta ahora no aparece y que, si bien el poster a todo color del presidente de APP había adornado efectivamente su despacho, se había procedido a retirarlo y ahora todos podíamos hacer como que nunca hubiera existido. Tales argumentos, previsiblemente, no convencieron a nadie. Y a partir de ahí, las cosas solo empeoraron: apareció la noticia de los plagios en la tesis, se supo que “la hija de Acuña” había sido incluida de modo forzado en la comitiva que viajó a China en enero y la vicepresidente del Parlamento, Patricia Juárez, declaró que el Centro de Modalidades Formativas había devenido “oficina de adoctrinamiento partidario”.
La voz estentórea con la que el titular del Congreso había venido ejerciendo la defensa de su suertuda correligionaria comenzó entonces a aflautarse y, a mediados de la semana, terminó anunciando que se evaluaría abrirle un proceso administrativo disciplinario. “Si hay una infracción se sancionará”, musitó en un esfuerzo por, digamos, cortar por Lozano y tomar distancia del desaguisado. Pero como en ese viejo número de ilusionismo en el que el mago finge serruchar a su asistente en dos, el truco resultó obvio hasta para el menos avisado de la platea.
¿Qué viene a continuación? El libreto habitual dicta que la dama en apuros renuncie a su cargo afirmando que no lo hace porque haya existido irregularidad alguna en su nombramiento, sino para salvaguardar la imagen del Congreso. Pero con el acuñismo nunca se sabe. Lo único seguro es que, si en unos días seguimos escuchando el rumor de un serrucho segando madera, lo más probable es que provenga de uno que está trazando un círculo en torno al suelo que pisa Salhuana.