Hong Kong es el caso más dramático del mundo de cómo la crisis del coronavirus está siendo aprovechada para aplastar las libertades de la gente. La semana pasada Beijing anunció una ley de seguridad que impondría sobre la ciudad, vulnerando así el acuerdo que garantizaba la autonomía de Hong Kong.
En la práctica, esta medida permitirá el funcionamiento de órganos de seguridad del Estado Chino comunista en terreno hongkonés. Eso resultará en amenazas y persecuciones a los críticos del régimen chino, un mayor control sobre el gobierno de Hong Kong y su legislatura, una pérdida de libertad de prensa, aumento en la autocensura, detenciones arbitrarias y otras violaciones a los derechos civiles –todo a nombre de la seguridad nacional–.
Beijing no es popular entre los hongkoneses, quienes por generaciones han gozado de los más altos niveles de libertades personales y económicas del mundo. Pero las restricciones impuestas a raíz de la pandemia no permiten que salgan en masa a las calles a protestar por la peor amenaza a sus libertades desde que se unieron a China en 1997 e implementaron el concepto legal de “un país, dos sistemas”. De hecho, el otro día el ya sumiso gobierno de Hong Kong extendió la prohibición de grupos de más de ocho personas hasta el 4 de junio –por casualidad, el aniversario de la masacre de la Plaza de Tiananmen cuando se suelen realizar manifestaciones públicas–.
Siempre fue un milagro que una jurisdicción tan libre como Hong Kong pudiera coexistir con un régimen autoritario comunista por tanto tiempo. El mero hecho de que exista un territorio capitalista y próspero con un Estado de derecho fuerte y donde se respetan derechos civiles constituye una amenaza para cualquier sistema de poder centralizado. Pero China al principio necesitaba de sobremanera a Hong Kong –su riqueza, sus conocimientos, sus servicios financieros y su sistema legal que facilitarían el comercio internacional y las inversiones desde el resto del mundo–.
Mucho ha cambiado desde entonces. Después de varios años, el régimen chino dejó de liberalizar la economía y, bajo el liderazgo de Xi Jinping, se ha vuelto nacionalista y mucho más autoritario. La importancia relativa económica de Hong Kong también se redujo. Eswar Prasad observa que hoy menos del 12% del comercio chino pasa por Hong Kong, mientras que en 1997 representaba alrededor de la mitad; en 1997, la economía de Hong Kong representaba una quinta parte de la de China, mientras que ahora la de China es 30 veces más grande; el valor de los mercados bursátiles de China eran la mitad de los de Hong Kong, pero hoy los duplican.
Al mismo tiempo, los hongkoneses, que nunca gozaron de libertad política, vieron con mayor urgencia la necesidad de un sistema democrático que gobernara su territorio en lugar del actual que lo limita severamente. La transición a una mayor democracia también fue parte del acuerdo con China, pero no ha sido respetado. Permitir la libertad política sería otra incoherencia con el sistema chino comunista y una amenaza más.
En la medida en que China no ha respetado la autonomía de Hong Kong, han surgido movimientos que protestan por la presencia de Beijing, pidiendo hasta la independencia de China. A su vez, China ha tomado represalias. Ha presionado a las empresas, muchas de las cuales hacen negocio en China, a no poner publicidad en medios críticos a Beijing; ha logrado desautorizar a partidarios de la democracia de la participación política; ha secuestrado a críticos de Beijing en Hong Kong; ha intentado que Hong Kong apruebe un acuerdo de extradición con China y la criminalización de insultos al himno nacional chino.
La dictadura china aparentemente perdió la paciencia y ahora que los países del mundo están sumidos en crisis desatadas por la pandemia, impondrá lo que quiera a la fuerza.