Renato Cisneros

Hace un mes, en un el pueblo zamorano de Vega Villalobos, nació un de tres kilos. El hecho concentró la atención mediática porque hacía dieciocho años que ninguna criatura llegaba al mundo en esa localidad de apenas noventaiún habitantes (población que en invierno desciende a cincuenta) que forma parte de la «vacía», como se denomina al vasto conjunto de zonas del país, la mayoría rurales, donde se produjo un éxodo masivo en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, y que corren el riesgo de desaparecer.

Por eso, la llegada del bebé –un niño llamado Ayoub– es considerada milagrosa. «Una señal de felicidad, alegría y gozo», proclamó la alcaldesa de Vega Villalobos el mismo día del alumbramiento. «Un rayo de luz», afirman los vecinos del pueblo, que se turnan para ayudar a los padres, Mohammed y Karima, dos inmigrantes marroquíes que se conocieron por Facebook y que llevaban una década intentando tener hijos. En 2017 iniciaron el proceso de fecundación artificial, pero no tuvieron suerte. Lo probarían cuatro veces más a lo largo de los años siguientes, gastándose el íntegro de sus ahorros. En 2021, Karima consiguió quedar embarazada, pero sufrió un aborto espontáneo; la pérdida fue un golpe durísimo del que, sin embargo, la pareja supo recuperarse.

La noticia del nacimiento de Ayoub desató una algarabía unánime. Bueno, casi. La excepción llegó por parte de Roció de Meer, una diputada de Vox que, al enterarse del nombre árabe del recién nacido, escribió en su cuenta de Twitter: «El primer bebé que nace en este pueblo de Zamora en 18 años se llama Ayoub. El futuro de este país es tenebroso». Un comentario xenofóbico firmado por una militante de la ultraderecha cuyo apellido, por cierto, no es precisamente ibérico.

Fuera de ese pronunciamiento cargado de ignorancia, la opinión general reconoce al pequeño Ayoub como el rostro esperanzador no solo del municipio de Zamora, sino de toda España, que después de una década posicionado como el segundo país con la tasa de fertilidad más baja de Europa (1,19 de nacimientos por mujer), ha empezado a remontar tan preocupantes indicadores.

Esta historia nos recuerda que la realidad puede llegar a ser muy cruel en sus paradojas. Mientras el único niño de un pueblo remoto de España despierta la curiosidad y los cuidados de toda la comarca, en otro punto distante –la Franja de Gaza y sus alrededores– la extinción de niños no remueve la conciencia de ninguno de los líderes políticos que tienen el suficiente poder para detener esa masacre (o al menos para intentarlo). Pienso en los niños palestinos que a diario son acribillados por proyectiles en la Cisjordania ocupada (y que se suman a las más de 15 mil víctimas menores de edad que, según Unicef, han sido alcanzadas por fuego israelí), como también pienso en Ariel y Kfir Bibas, los pequeños hijos de una familia israelí con raíces argentinas y peruanas que fueron secuestrados por los terroristas de Hamas el 7 de octubre del 2023 (eran los rehenes más jóvenes), posteriormente asesinados, y cuyos cuerpos fueron entregados recién esta semana.

Cada vez que veo las crudas imágenes de esos (y otros) niños muertos –algunos de ellos despedazados– no puedo evitar colocarles figurativamente el rostro de mis hijas. No es adrede, simplemente ocurre sin que pueda impedirlo. Ser padre es vivir entre la ilusión constante de que tus hijos crezcan sanos y sean mejores personas que tú, y el miedo perenne a que les suceda algo malo, incluso muy malo. Por eso conmueven tanto estas noticias de la vida y de la muerte, del amor y la barbarie. Así como el nacimiento de Ayoub en ese pueblecito de Zamora hay que festejarlo sin preguntar de qué color es el pasaporte de los padres, la matanza de niños cometida por Hamas y el genocidio infantil perpetrado por el gobierno israelí son horrores contra los que hay que protestar y rebelarse sin mirar de qué color es la bandera de los muertos.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Renato Cisneros es escritor y periodista

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