
Hace más de cinco siglos se escribió un clásico sobre el ejercicio del poder político que, lejos de ser una reliquia histórica, se ha convertido en una herramienta indispensable para entender el comportamiento de los líderes de hoy en día. “El Príncipe” de Nicolás Maquiavelo sigue siendo el manual más crudo y honesto sobrela conquista y el mantenimiento del poder. Y observando el regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, uno no puede evitar preguntarse si alguien ha aplicado sus enseñanzas con tanta precisión y desparpajo.
Trump personifica el arquetipo maquiavélico con una naturalidad que resulta casi didáctica. Maquiavelo escribió que “es mejor ser temido que amado”, y Trump construyósu carrera política precisamente sobre esa premisa. Sus amenazas de aranceles son el ejemplo perfecto: no importa si los economistas los consideran contraproducentes, o si sus propios aliados comerciales los temen. Lo que importa es que funcionen como herramienta de negociación. China, México, la Unión Europea, todos saben que Trump es capaz de cumplir sus amenazas económicas, y esa certeza del miedo se convierte en poder de negociación. No busca que lo amen por sus políticas comerciales; busca que le teman por su capacidad de implementarlas.
La flexibilidad moral que Maquiavelo describía como esencial para el príncipe se manifiesta en Trump de manera casi textual. “Un príncipe debe saber actuar como bestia y como hombre”, escribió el florentino. Trump alterna entre el empresario sofisticado y el populista agresivo, entre el diplomático y el provocador, según lo que la situación requiera. Sus contradicciones no son errores; son herramientas.
Maquiavelo advertía sobre la importancia de controlar la narrativa: “Los hombres juzgan generalmente más por los ojos que por las manos”. Trump entendió esto antes que la mayoría de los políticos de su generación. No importa tanto lo que hagas, sino cómo logres que la gente perciba lo que haces. Sus declaraciones más polémicas no son deslices; son estrategias para dominar el ciclo informativo, para asegurar que todos hablen de él, incluso cuando lo critican.
El concepto maquiavélico de que “el fin justifica los medios” encuentra en Trump su encarnación. Cada escándalo, cada controversia, cada declaración incendiaria se justifica bajo la lógica de un objetivomayor: mantenerse relevante, polarizar para fortalecer su base, desestabilizar a sus oponentes. No es caos; es método.
Pero quizás lo más fascinante es cómo Trump ha logrado convertir sus aparentes debilidades en fortalezas, exactamente como Maquiavelo recomendaba. Sus procesos judiciales no lo debilitaron; lo convirtieron en mártir. Sus mentiras más evidentes no lo desacreditaron; lo diferenciaron de la “política tradicional”. Sus insultos no lo vulgarizaron; lo “humanizaron” ante quienes se sienten desconectados del lenguaje político convencional.
Vivimos en una era donde los manuales de poder escritos hace siglos siguen siendo más efectivos que cualquier consultoría moderna. Mientras los políticos tradicionales se enredanen ‘focus groups’ y estudios de opinión, Trump simplemente aplica principios que han funcionado durante milenios.
Y aquí, en el Perú, observamos este fenómeno desde la distancia con una mezcla de fascinación y horror. Tenemos una presidenta que, enfrentada a la misma disyuntiva de poder que describe Maquiavelo, parece haber optado por... no leer el manual. O tal vez sí lo leyó, pero confundió el título. Quizás Dina Boluarte, en su próxima entrevista, nos sorprenda declarando que su formación política se basa en haber estudiado a fondo “La Princesa” de Maquiavelo, esa obra fundamental que todos deberíamos conocer y que, curiosamente, nunca existió.
Porque al final, si vas a ejercer el poder sin entenderlo, al menos podrías fingir haber leído los clásicos que tampoco existen. Total, en política, la coherencia siempre ha sido opcional.