
¿Qué características tendrá la disputa electoral del 2026? ¿Será un forcejeo para dejar en claro quién pecha más y “mejor”? Hoy por hoy, los de este estilo copan el espacio político y mediático; y, en paralelo, las voces autoritarias que se escuchan o se leen parecen apostar por los más radicales y vociferantes. Y es que el estilo de Donald Trump seduce (dicho sea entre paréntesis, estos pechadores no tendrán que disputar con su par Antauro Humala, ya eliminado de las presidenciales, aunque quizá postule al Senado).
Sin embargo, no hay que olvidar que en el 2021 ganó la presidencia quien parecía tener menos calle limeña, el más rural, el de cero “labia achorada”. Y que en el 2016 ganó un peruano estilo gringo, de hablar tranquilo, sereno y de buen humor.
Con cerca de 40 candidatos presidenciales y similar número de listas al Congreso, las elecciones se anuncian como una disputa entre desconocidos, a excepción de quienes ya están en el escenario por trayectoria política o actividad mediática. ¿Cuál es, entonces, el reto para el grueso de ellos? No solo les hará falta hacerse conocer a punta de publicidad, redes sociales, entrevistas o la acción de un voluntarioso núcleo de seguidores. La clave está en conquistar y consolidar un estilo y una identidad propios.
Fernando Belaunde lo hizo con sus innumerables caminatas por el Perú (1956-1962): era un político genuinamente interesado en conocer su país. Alan García, heredero de Haya de La Torre, en 1985 se mostró dispuesto a reformar el país. El candidato Alberto Fujimori (1990) se presentó como profesional austero, trabajador, hijo de migrantes (japoneses) y garante frente al shock económico. Alejandro Toledo (2001) se instaló en el imaginario como un exitoso profesional surgido del pueblo, formado en Estados Unidos y promotor del retorno a la democracia.
Es verdad que no es tarea fácil la conquista de una identidad política en el Perú actual. No solo por la proliferación de candidatos, sino también por el rechazo de los peruanos a los partidos políticos y la desconfianza que despiertan sus promesas y los dirigentes. No obstante, frente a los que tienen a Trump como ejemplo, serán bienvenidos aquellos que, definiendo bien su estilo y su identidad, tengan carácter y fuerza para construir una alternativa democrática bien comunicada, que abran el debate, desplieguen argumentos, contagien emociones y, por último pero no menos importante, que enarbolen una esperanza convincente.