En el centro del desarrollo económico logrado por el Perú, se descubre un “milagro de los panes”, una asombrosa e inesperada multiplicación de la producción de alimentos. Los libros de historia nos dan cuenta detallada de las diversas actividades de exportación agrícola, especialmente el azúcar, el algodón y el café, pero dicen poco o nada acerca del panllevar. Sin embargo, de no haberse producido ese milagro productivo del panllevar no exportado, hubiera sido imposible el crecimiento que tuvo la población de la joven república, desde su nivel inicial de millón y medio de personas en 1821 hasta su nivel actual de 32 millones.
¿Quiénes fueron los agricultores que hicieron posible el salto en la actividad productiva del panllevar? ¿Cuáles fueron las condiciones que hicieron posible tamaña expansión productiva, pasando de alimentar a apenas millón y medio de personas en 1821 a los 32 millones de personas que hoy son alimentados por nuestros agricultores de panllevar? Además, ¿cómo encontraron las tierras, las tecnologías y los capitales necesarios para semejante aumento?
Luis Gamarra Otero acaba de publicar la biografía de un agricultor que da luces sobre esa historia poco conocida. Titulado “Emilio Guimoye Hernández, un peruano ejemplar”, el libro cuenta la trayectoria personal de un agricultor quien pasó de ser un huérfano en el Callao a niño-ayudante en una tienda en Chincha, y eventualmente a ser uno de los hacendados principales del valle. En ese ascenso fue favorecido por el contacto que tuvo con el pionero Fermín Tangüis, vecino y eventualmente colaborador en la búsqueda de mejoras en la calidad del nuevo algodón. Sin embargo, el ímpetu productivo de Guimoye no se limitó a Chincha. Más adelante en su carrera, concibió el sueño de un desarrollo pionero en los amplios terrenos aún casi vacíos, que era la provincia de Bagua a mediados del siglo XX, proyecto que financió vendiendo e hipotecando gran parte de su fortuna personal.
Podría decirse que el caso de Guimoye fue una excepción. Ciertamente, la imagen de la gestión agrícola durante los últimos dos siglos que se recoge de casi todos los libros de historia deja poco margen para el ímpetu innovador e inversionista, la fórmula asociada al desarrollo en cualquier país. Ese margen habría sido bloqueado en nuestro caso por un grado extremo de desigualdad, reduciendo tanto la necesidad como la capacidad para la inversión e innovación en la agricultura, o sea, para el comportamiento emprendedor normal, y especialmente en el caso de la agricultura de panllevar. Pero quedaría entonces la pregunta, ¿si la energía emprendedora normal se vio neutralizada, o limitada, por una estructura social particularmente desigual, cómo explicar el alto crecimiento productivo que, de hecho, se dio durante todo el período republicano? ¿El caso de Guimoye debe entenderse como una rara excepción?
Una mirada más completa es difícil por la fuerza que ha tenido el supuesto estructural. La idea de haber sido un país donde el comportamiento empresarial y emprendedor normal fue bloqueado, o al menos severamente limitado por una estructura social de extrema desigualdad, no es consistente con los resultados productivos incontrovertibles de la producción –un crecimiento productivo excepcionalmente rápido es innegable dado el crecimiento demográfico registrado–. Pero, además, se cuenta con una creciente evidencia directa de diversos estudios sociales, de economistas, sociólogos y antropólogos, que documentan una realidad que combina la desigualdad con un alto grado de comportamiento empresarial.