Hace unas semanas, en la ceremonia de inauguración del nuevo Muelle Bicentenario de DP World en el Callao, el ministro de Transportes y Comunicaciones, Raúl Pérez-Reyes, sentenció que los puertos “han sido una piedra fundamental para el éxito que hemos tenido en los últimos 25 años”. Indirectamente, sí. Pero la piedra fundamental, en realidad, ha sido la apertura comercial. Los puertos han sido, más bien, un instrumento para maximizar los beneficios del comercio internacional; un instrumento valioso, sin duda, pero instrumento al fin.
La apertura comercial de los años 90 consistió básicamente en una drástica reducción de aranceles. Tasas y sobretasas que, sumadas, podían superar el 100% del valor de los productos importados –y más de 500 productos prohibidos, lo que, en efecto, equivalía a una tasa arancelaria infinitamente alta– se redujeron a 20% o menos y, con el tiempo, se han seguido reduciendo. Los impuestos a las importaciones, que representaban casi el 2% del PBI en 1995, hoy son apenas el 0,2%. Es momento de eliminarlos por completo.
Los aranceles son, a primera vista, un impuesto a las importaciones; pero son también un impuesto a las exportaciones. Los productores de las cosas que importamos no quieren nuestros soles; ni siquiera quieren nuestros dólares. Lo que quieren son otras cosas que nosotros produzcamos o que ellos puedan comprarles a otros productores, en otros países, con los dólares que les giramos. Poner obstáculos a las importaciones es poner obstáculos a las exportaciones con las que se pagan los productos importados. No debería sorprender a nadie que el valor de nuestras exportaciones se haya multiplicado por 20 en los últimos 30 años, tanto el de las llamadas tradicionales como el de las no tradicionales.
A pocos meses del inicio de operaciones del mega-giga-terapuerto de Chancay, la preocupación del Gobierno por aprovechar al máximo su capacidad se centra en la construcción de obras públicas en su zona de influencia, y ha incluido una autorización con ese fin en el pedido de facultades legislativas que se acaba de aprobar. Eso va a tomar su tiempo y puede aumentar o no los beneficios para el país, dependiendo de qué proyectos se haga y a qué costo. Pero lo que podría hacer de inmediato para aprovechar mejor la capacidad, no solamente de Chancay, sino de todos los puertos del Perú, es perfeccionar –para usar un verbo caro a los políticos– la apertura comercial, bajando los aranceles a cero.