
Esto es lo que está viviendo gran parte del mundo y lo estamos viendo en las decisiones tomadas por Trump y Putin con sus estilos autoritarios y expansionistas. El término fue creado por el cubano Eliades Acosta Matos, antes de que Fidel Catro llegara al poder, quien luego también impondría la mano dura en la isla. La más dura de todas: el Estado totalitario, que todavía existe en Corea, China y Vietnam.
En una democracia las autoridades elegidas no lo son solo porque están ocupando cargos gracias a la voluntad popular, también deben ejercer democráticamente el poder y no violar, atentar o intentar tergiversar las reglas del juego. Precisamente, en una sociedad como Estados Unidos, a pesar de la personalidad autoritaria de su actual presidente, se están dando signos de una convivencia entre esta personalidad autoritaria y una plutocracia que tiene poder, no solo porque controla grandes corporaciones, sino porque también controla el Estado. Si esta tendencia sigue, el Gobierno Estadounidense se convertiría en patrimonialista, como la gran mayoría de Latinoamérica.
Trump es un mano dura más o menos frenado. Es imperialista y racista. Quiere para su país Groenlandia y Canadá. Mirando al sur, dijo que su país tiene el derecho de administrar el canal de Panamá. Igualmente le ha puesto aranceles a todo el mundo, incluida una isla donde solo viven pingüinos situada en el océano Índico. ¿Pero por qué ‘arancelea’ a todos los pueblos? La respuesta la encontramos en un reciente artículo escrito por Andrés Oppenheimer, cuando dice que es por hacer sentir su poder. Es como si fuera el patrón del mundo a quien hay que pedirle una concesión graciosa como si fuera un rey.
Trump es un ‘kratolagna’ (de kratos-poder y lagneia-lascivia), tiene una lascivia desmedida por el poder, como muchos otros de su estilo. Ahora se le ha ocurrido decir que desea ser nuevamente candidato a la presidencia de su país, rompiendo una tradición que viene desde George Washington y, además, cambiando la Constitución. Específicamente violaría la Enmienda 22 de 1951, que dice: “No se elegirá más de dos veces a la misma persona para el cargo de presidente”.
Pero Trump no está solo. Lo rodea un grupo de millonarios donde la cabeza más visible es Elon Musk, que quiere reducir al Estado al tamaño de un Mickey Mouse, con el perdón del gran Mickey, por supuesto.
Esto es muy peligroso para el pueblo estadounidense y otros pueblos, porque cuando los superricos están en el poder se afecta uno de los principios más importantes de la democracia: el de la igualdad. Ante tanto avasallamiento por el poder, dentro y fuera de los Estados Unidos, millones de auténticos demócratas estadounidenses han salido a protestar y, claro, no solo ellos.