(Ilustración: Rolando Pinillos Romero)
(Ilustración: Rolando Pinillos Romero)
Hugo Neira

Lo de ha sido el lado negro de nuestra actualidad inmediata. Naturalmente, da pena y a la vez provoca indignación. Aun siendo un ex presidente, tenía y tiene –no se ha muerto– una obligación, la de portarse correctamente. Como todo ciudadano que ha tenido tan alta magistratura. ¿Pero enterarse de que la policía de un modesto condado, el de San Mateo en California, tuvo que arrestarlo por ebriedad? Encima, en un lugar público, un restaurante. ¿No podía embriagarse en su casa? Esto ocurrió el domingo pasado y a las 10:37 p.m. Y lo soltaron el lunes a las 9 a.m. Encima dijo que no era cierto. Y la señora Karp, que “era un complot del fujiaprismo” (El Comercio, martes 19). Qué vergüenza.

Por mi parte, esperé unos días. Quería ver qué decían otros columnistas. Y en efecto, hay diversos artículos. Me interesan, sin embargo, un par de los aparecidos. El de Santiago Roncagliolo, “La presidencia etílica”. Y el de Díaz-Albertini, “Vergüenza no, indignación”. No es corriente en nuestro país que se nombre a otros comunicadores, pero los menciono porque sus artículos me preceden, y sencillamente, no hay polémica puesto que comparto la “indignación” de Díaz-Albertini y lo de “la presidencia etílica” de Santiago Roncagliolo. Solo que yo extiendo el caso a lo social.

¿La presidencia etílica? Es cierto que no la hubo con Leguía, grandes convites, y punto. Ni con Belaunde. Tal vez Sánchez Cerro y con toda seguridad, el general Odría, que se mandaba unas juergas interminables. Duraban una semana, en el hotel Paracas, cerrado para esos días. En una de esas Odría, subiéndose a la mesa en un banquete, se puso a bailar con la Tongolele, y la morena, un monumento de mujer, le dio un caderazo, y el general cayó de la mesa al suelo y se rompió el ilíaco. Tuvieron que enviarlo a Estados Unidos. Lo operaron, Odría regresó cojeando, y desde los peldaños de la escalera del avión, convocó elecciones. Deberíamos tener un monumento a la Tongolele porque nos libró de una dictadura con el arma contundente y criolla de un golpe de cadera.

Borrachera, beodez, dipsomanía, el castellano es rico en sinónimos del . Julio Hevia, que se nos fue, en lingüística local, ‘chupar’ o la ‘chupeta’, “evento consistente en embriagarse”. ¡Evento! Seamos sinceros, es costumbre muy peruana. Tanto en la cultura criolla como en la andina. No se hagan, las fiestas folclóricas no se hacen sin chupaderas atroces. Lo que estoy diciendo es que el alcoholismo sigue siendo una plaga social. En los inicios del siglo XX, hubo campañas antialcohólicas. ¿Y no han continuado? He vivido en varios países y sociedades, y siento decirlo, no he visto que se beba tanto como nos ocurre. Sociabilidad, pero malsana. No hemos adoptado del todo ese hábito que viene de la cultura mediterránea, el café para conversar. Lo tienen los países hechos con migraciones, Chile, Argentina y Uruguay. Algo en Lima, no mucho. ¿Solo el café salvará al Perú?

Dos varones peruanos no pueden conversar sin ponerse a chupar. El vicio colectivo no exonera a Alejandro Toledo. Pero no hablemos del alcoholismo como si fuéramos cuáqueros o musulmanes. No somos un pueblo de sobrios. Lo digo porque los camiones se siguen cayendo en nuestras carreteras. Por falta de mantenimiento, horarios excesivos pero también el machismo de beber timón en mano. La chupa es un mal nacional. Si no abandonamos ciertas costumbres, nunca dejaremos de ser el país que somos. Como dice el poeta Carlos Germán Belli, “descuajeringado”. A tal país, ¿tal presidente?