Ilustración: Rolando Pinillos
Ilustración: Rolando Pinillos
Alfredo Bullard

Cuando dicto clases no es extraño ver que algunos alumnos han llegado más temprano y separado una carpeta colocando sus cuadernos sobre la misma. La carpeta no es en estricto suya. Es de la universidad. Colocar un bien encima de ella no lo convierte en propietario.

Pero si alguien distinto retirara el cuaderno para sentarse en ese sitio, es obvio cuál sería la reacción del que llegó primero: se molestaría, le increparía al ‘invasor’ por quitarle su lugar y, quizás, usaría la fuerza física para ‘recuperarlo’.

¿Por qué no nos gusta que los ajenos se metan en lo que consideramos propio? ¿Y qué define lo que es propio y lo que es ajeno?

En esta misma página, hace poco más de un año (, 12/11/2016) usaba un ejemplo similar (los colones en la fila para comprar entradas para ir al fútbol) para explicar por qué Trump había ganado las elecciones en Estados Unidos usando un lenguaje basado en promesas xenofóbicas que incluían un muro para excluir a los latinos de su país.

En esa columna explicaba que evolutivamente el ser humano, como muchos animales, es territorial. Marca su territorio y suele excluir a los demás de su espacio y del de aquellos que considera su grupo. Y somos territoriales porque, en términos de Darwin, quienes reaccionaron contra los que invadieron su espacio sobrevivieron más. Con ello el gen territorial se fue consolidando. Esto generó una regla, que los abogados llaman “regla de la primera posesión” (un sitio es del primero que lo ocupa), pero que, como en el ejemplo de las carpetas, va más allá de ser una mera regla legal. Es también un sentimiento.

Pero ese sentimiento nació cuando vivíamos en grupos tribales de 40 individuos. Hoy la interacción humana se da en la gran sociedad. El desarrollo moderno sería inimaginable si la aldea global no hubiera pasado de la interacción entre decenas a la interacción entre millones. Lo que sirve para definir la propiedad sobre mi casa no puede extrapolarse hoy a una titularidad para que alguien no venga a mi país. No es lo mismo ser propietario de una casa, que sostener que ser peruano me hace propietario de los puestos de trabajo de mi país.

Es falso pensar que el Perú es solo para los peruanos. Tan falso como decir que Lima es para los limeños y Arequipa para los arequipeños. Es absurdo impedir que un limeño trabaje en Arequipa o un arequipeño en Lima. Y es que el derecho a vivir o trabajar en un lugar no es igual al derecho a ser dueño de una casa. No se puede extrapolar el sesgo territorial de esa manera. Pero es esa extrapolación la que explica el nacionalismo de Trump y, en general, todo tipo de xenofobia. Tener DNI peruano no es como colocar un cuaderno sobre una carpeta para reclamar titularidad sobre la misma.

Es hipócrita criticar a Trump por discriminarnos y a la vez criticar al Gobierno Peruano por permitir la venida de venezolanos a nuestro país. Los peruanos no tenemos un derecho a los puestos de trabajo que hay en el Perú. Esa es una falsa creencia basada en un sentimiento discriminatorio. Trump dio un mensaje cargado de odio para usar el instinto territorial más allá de su límite natural. Y hoy quienes pretenden impedir que sigan viniendo venezolanos al Perú hacen lo mismo.

no es un territorio. Venezuela no es el gobierno de Maduro que es lo más antivenezolano que existe. Venezuela son los venezolanos: los que siguen sufriendo una dictadura indefendible y los que, huyendo de ella, vienen a nuestro país a buscar la esperanza que Maduro les ha expropiado.

Solo la complicidad con la dictadura y la absoluta falta de empatía (es decir, la antipatía) pueden explicar que el congresista de izquierda Justiniano Apaza haya pedido que se cierre la migración a los venezolanos. Además de irracional, es una mezquindad. Y es que la migración masiva de ciudadanos escapando de Venezuela es el síntoma visible de la hemorragia causada por las heridas que Maduro le ha infringido a Venezuela.

Las fronteras son una ficción para crear (y justificar) el monopolio del poder. Los límites a la migración son un invento reciente para expropiar a quienes quedan fuera de esas fronteras (y a los que llamamos “extranjeros”) su derecho a ser seres humanos iguales a los demás, estén en su país o fuera de él.