A mediados de los años 80 del siglo pasado, cuando Sendero Luminoso descargaba toda su brutal violencia en el país, mi padre me contó que en uno de los congresos de filosofía a los que asistía escuchó a un filósofo especializado en biología decir que el ser humano tenía un grado de violencia intermedio entre la violencia del mandril y la de la oveja.
Por ejemplo, si tuviéramos la violencia del mandril, estaríamos en luchas territoriales permanentes, en un estado de guerra constante. Pero si hubiéramos tenido la de la oveja, que es muy baja, nos habríamos quedado en nuestro estado natural. En ambos casos, no hubiésemos podido crear una civilización.
Los seres humanos nos encontramos en un estatus intermedio entre la violencia y la paz. Decimos que la violencia es irracional y, sin embargo, la ejercemos. Decimos que la paz es un valor, quizás el más buscado, y muchas veces lo destruimos. En realidad, la relación paz-violencia pende de un hilo y esa es nuestra gran tragedia. Queremos paz, pero de repente, como si se tratase de un monstruo dormido, se despierta la violencia y se la empieza a justificar por diversas razones. Así, la violencia se justifica por motivaciones políticas e ideológicas. Esta violencia la estamos viviendo una vez más. Así como se escribió un libro sobre la historia de la corrupción en el Perú, debería escribirse uno sobre la violencia en nuestra patria, que seguramente sería de varios tomos.
Mitscherlich, uno de los representantes del psicoanálisis contemporáneo, sostiene que “la agresividad es una característica de la especie y a la sociedad solo le corresponde la misión de atenuarla”.
Cuando se publique este artículo, Rusia seguirá bombardeando Ucrania. Se trata de una guerra brutal, el acto más feroz en el que se manifiesta la violencia descarnada. Hay violencia continua y sistemática en diversos países; por ello, cabe recordar la tipología que hizo al respecto otro famoso psicoanalista, Erich Fromm. Él nos dice que hay violencia juguetona o lúdica, que se ejerce para ostentar destreza y no para destruir. No tiene como fin eliminar al adversario, pero sí derrotarlo; su objetivo no consiste en matar, aunque a veces el resultado sea la muerte. Este tipo de violencia se aplicó en los juegos guerreros de las tribus primitivas y puede darse hoy en deportes como la esgrima, el box, el karate o el judo. También está la violencia reactiva, que se emplea para la defensa de la vida, de la libertad, de la dignidad y de la propiedad. Este tipo de violencia, dice Fromm, está al servicio de la vida y no de la muerte. Otro tipo de violencia es la vengativa, que tiende hacia lo patológico y amenaza la vida. No tiene una función defensiva porque posee la función irracional de anular mágicamente lo que realmente se hizo. Esta, continúa Fromm, está relacionada con la impotencia de poder superar una condición de frustración producto de la marginación social y, en ciertos casos, se encuentra en individuos de escasos recursos económicos que pretenden reivindicar un estatus económico mejor. Hay una correlación entre los sentimientos vindicativos y la pobreza económica y social.
Otro tipo de violencia es la compensadora. De acuerdo con el psicoanalista de la escuela de Frankfurt, esta se produce en personas impotentes, no necesariamente sexuales, una condición que les produce mucho sufrimiento; por eso, se someten a los que tienen más poder. Estas personas tienen una gran capacidad de destrucción, por lo que recurren a la fuerza. Tienden hacia el control completo de los seres humanos, animales y cosas. Tienen un fuerte impulso hacia el sadismo. No aman, sino poseen. Convierten al prójimo en una cosa.
Observo que en los hechos de violencia que está sufriendo nuestro país se han juntado tres de los tipos antes mencionados, lo que hace difícil el diálogo: la vengativa, la compensadora y la reactiva.
El famoso politólogo francés Maurice Duverger, un clásico de esta disciplina, decía que la política es como las dos caras del dios Jano. Por un lado, está la lucha y, por el otro, la integración. En consecuencia, en el Perú tenemos que construir una sociedad de integración social alta, si queremos disminuir los brotes de violencia. Ella se podrá lograr cuando todos tengamos la buena voluntad de escucharnos y aceptarnos en nuestra sociodiversidad. Reconociendo al otro y a la otra. Empoderando a los desempoderados. Si no, continuará nuestra agonía.