El postulante presidencial por Alianza para el Progreso, César Acuña, señaló al principio de esta campaña que él de joven no tuvo un maestro que le enseñara a “hablar bonito” y luego ha repetido el dato en varias oportunidades, tratando de identificarlo con una virtud política. Su discurso, se entiende, es una condena al engañoso ‘floreo’, tan común entre quienes aspiran al poder, pero también transmite un cierto desdén hacia la dimensión verbal del contacto entre los candidatos y los electores, que nos parece un tanto descaminado.
El dominio de la sintaxis y del valor de las palabras que usan no puede ser una habilidad que se exija a los candidatos para ser elegidos… pero tampoco una razón para descalificarlos. Y escuchar una insinuación en ese sentido de parte de una persona que permanentemente se presenta ante la opinión pública como un educador, resulta cuando menos desconcertante.
Si las palabras normalmente pesan, en boca de alguien que quiere llegar a Palacio el peso tiende a multiplicarse, y en estos días hemos tenido un ejemplo bastante ilustrativo de ello.
Una frase pronunciada recientemente por el postulante presidencial por Renovación Popular, Rafael López Aliaga, a propósito de una discusión sobre la eutanasia ha traído, en efecto, mucha cola. Consultado con relación al fallo judicial que ha autorizado a la ciudadana Ana Estrada a acceder a esa posibilidad, López Aliaga dijo: “Si te quieres matar, buscas un edifico [y] te tiras”. Y luego añadió: “Para qué buscas que el Estado se entrometa”.
Señalemos de antemano que es evidente que el candidato no se estaba refiriendo específicamente al caso de la señora Estrada, afectada por una enfermedad tan penosa como irreversible. Su reflexión era de carácter general… Pero eso no mejora mucho las cosas. Las personas que quisieran disponer del derecho a ser asistidas para, llegado el caso, tener una muerte digna atraviesan por lo común una situación muy similar a la de ella y aludir al trance que viven de la manera tosca y carente de empatía en que López Aliaga lo hizo constituye, en buena cuenta, una agresión.
Las críticas, desde luego, han llovido sobre el candidato y quienes lo respaldan han ensayado rápidamente varias líneas de defensa al respecto. Por un lado, están los que sostienen que sus declaraciones han sido sacadas de contexto (un clásico de los políticos que desbarran verbalmente y pretenden ignorar después que las notas periodísticas donde se da cuenta de ello no pueden incluir citas de diez minutos); y por otro, están los que intentan restarle gravedad a la frase, distinguiendo en ella expresión de contenido. La idea tras ese argumento es que hay que fijarse en el sentido de lo manifestado por el aspirante presidencial –una posición contraria a la eutanasia– y no en la forma en que lo dijo.
La verdad, no obstante, es que el modo en que los candidatos dicen las cosas que dicen importa. Y mucho. Transmite, para empezar, una carga emotiva que permite establecer en dónde se sitúan frente al problema que tocan. Y revela, al mismo tiempo, la estima en que tienen a quienes los están escuchando: exteriorizar una manera de pensar “a lo bruto” supone un determinado juicio sobre el interlocutor al que el mensaje va dirigido.
No hay manera, en consecuencia, de pasar el exabrupto que nos ocupa por agua tibia. Y algo parecido cabe anotar con respecto a la referencia del propio López Aliaga a las niñas ultrajadas y la posibilidad de ponerlas “en un hotel cinco estrellas” mientras dure la gestación. La oposición a la eutanasia o el aborto por violación tienen ciertamente todo el derecho a ser expresadas en una campaña presidencial, pero las formulaciones que las contengan son también importantes en sí mismas.
Los aspirantes presidenciales no pueden sencillamente desentenderse del valor de las palabras que usan a la hora de comunicarse con la ciudadanía, pues en sus aseveraciones, más que en la de cualquiera, expresión y contenido están íntimamente ligados. A veces, “hablar bonito” sobre sus ideas y posturas hace toda la diferencia.
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