
Hay quienes afirman que, de un modo secreto, las obras de ficción son siempre autobiográficas. Narran quizás hechos que nunca le ocurrieron al autor, pero registran al mismo tiempo elementos esenciales de su periplo espiritual. Esto puede confirmarse de alguna forma en la mayor parte de las novelas de Mario Vargas Llosa. Del Poeta de “La ciudad y los perros” al Conselheiro de “La guerra del fin del mundo”, pasando por Zavalita de “Conversación en La Catedral” o la Flora Tristán de “El Paraíso en la otra esquina”, sus protagonistas son habitualmente individuos empeñados en la búsqueda de algo que luce inalcanzable o comprometido con una idea que los conduce a través de la peripecia que el relato pone en escena: una circunstancia que describe muy bien la actitud vital de Vargas Llosa, tanto en su afán de lograr la “novela total” como en su defensa de los principios de la libertad.
Es de destacar, además, que tal defensa definió su conducta desde los tiempos en que se consideraba un hombre de izquierda hasta la época en la que se acercó más bien al liberalismo clásico. Y es esa honestidad seguramente la que, sumada a las virtudes descollantes de su trabajo literario, ha determinado que el duelo por su muerte no solo traspase las fronteras geográficas, sino también las políticas.
Las expresiones de pesar por su partida provienen, en efecto, de todos los rincones del mundo y de todas las trincheras ideológicas. Han lamentado por igual su deceso el presidente de Francia, Emmanuel Macron, y el gobernante chileno, Gabriel Boric, así como la Fundación Gabo, creada por el escritor colombiano Gabriel García Márquez, y la líder opositora venezolana María Corina Machado, por citar solo algunos de los ejemplos que vienen a la mente y que representan posiciones muy distantes en el mapamundi y en el espectro político. “Ha sido el peruano de todos los tiempos”, ha señalado con acierto su colega el novelista Alfredo Bryce Echenique. Pero a esa sentencia habría que agregarle que ha sido también el peruano de todos los lugares, porque su obra, traducida a tantos idiomas, trasunta peruanidad, pero no por ello deja de expresar valores universales.
Ese es el legado que nos deja nuestro premio Nobel. Un legado que ayuda a comprender que, de alguna manera, permanece y permanecerá todavía por mucho tiempo entre nosotros. Particularmente, mientras la libertad sea uno de los valores fundamentales a resguardar para seguir haciendo de la vida una experiencia noble.