La reciente juramentación del Consejo de Ministros fue un fiasco a distintos niveles. En primer lugar, la incertidumbre respecto de los nombres elegidos para liderar las carteras se prolongó mucho más allá de lo necesario. No hay memoria reciente de un presidente de la República que haya asumido el cargo en 28 de julio sin haber anunciado por lo menos a su titular de la Presidencia del Consejo de Ministros (PCM), lo que revela ya un nivel de improvisación pasmoso. De paso, queda por aclarar cómo así se logró redactar un mensaje presidencial sin el apoyo de los ministros responsables de ejecutar luego los anuncios y promesas realizadas.
En segundo lugar, tampoco hay registro histórico del nivel de desorden observado alrededor de la juramentación. Esta fue programada y luego reprogramada en dos ocasiones. Cuando finalmente se llevó a cabo, se restringió el acceso a la prensa –decisión también inaudita y pésima señal de la apertura del nuevo gobierno con los medios de comunicación–, y empezó con más de dos horas de tardanza porque aparentemente el Gabinete aún no estaba definido. La falta de coordinación fue tal que no se llegó a juramentar a los titulares de Economía y Finanzas, y de Justicia. Pedro Francke, quien se suponía sería el responsable del primer ministerio, se retiró en silencio del Gran Teatro Nacional sin fajín. En medio de una crisis sin precedentes que ha dejado a millones de familias en condiciones de pobreza y vulnerabilidad, el Perú aún no tenía ministro de Economía... El economista, empero, volvió para jurar al cargo ayer, luego de que el primer ministro flexibilizase las asperezas que parecía tener en su contra. Pero ya lo hizo en medio del absoluto descrédito del Ejecutivo.
Y en tercer lugar y por lejos lo más grave, la selección de ministros fue lamentable. De Guido Bellido, titular de la PCM, escribimos ayer en estas páginas. El resto de integrantes del Gabinete destacan o bien por sus posiciones políticas radicales, como Héctor Béjar, simpatizante de la dictadura castrista en Cuba, o bien por su bajo perfil y nula experiencia profesional y política.
Como era previsible, los mercados no tomaron bien estas idas y venidas. El tipo de cambio sufrió de inmediato una de sus mayores alzas históricas para cruzar cómodamente la barrera psicológica de los S/4 por dólar. Ello encarecerá aún más varios productos de necesidad básica. El índice general de la Bolsa de Valores de Lima cayó en casi 6%, al tiempo que diversas acciones como Credicorp, Ferreycorp, Intercorp y Telefónica del Perú perdieron más del 10% de su valor. Los bonos peruanos también sufrieron. Los inversionistas, que quizá habían concedido cierto beneficio de la duda a una administración moderada, de pronto se vieron enfrentados a una realidad distinta.
Estos no son movimientos cualquiera. Sugieren que la economía peruana se encamina hacia una etapa turbulenta en la que las decisiones de inversión y contratación –que finalmente determinan la posibilidad de las familias de mejorar sus ingresos– podrían suspenderse indefinidamente. Las circunstancias complican a un flamante MEF que tiene en su contra, en términos ideológicos, a buena parte del Gabinete, y en especial a Bellido.
Toda esta historia tiene un solo responsable: el presidente de la República, Pedro Castillo. De Vladimir Cerrón y sus partidarios nunca se esperó nada más que confrontación y radicalismo. Pero el presidente es Castillo, y sobre él caía el peso de armar un gabinete mesurado, que invite al consenso y que pueda mantener una relación sana con el resto de la sociedad, y en especial con el Congreso. Sus decisiones, no obstante, sugieren que el presidente nunca tuvo mayor interés en construir puentes con ningún ala política fuera del extremismo antidemocrático de Perú Libre. Hasta el jueves pasado, la ciudadanía –como los inversionistas– también podía concederle el beneficio de la duda a Castillo. A partir de ahora estamos sobre aviso y no hay excusa que valga.
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