Yasser  Toledo Cumapa

Resbalaron algunas lágrimas de mis mejillas al enterarme de la noticia, medio trasnochado, al despertar, cuando mi padre tocó la puerta de mi cuarto y me dijo, también entristecido: murió Mario Vargas Llosa. Fue inevitable no hacerlo.

Las mentiras de sus líneas, que, a través de la ficción, se transformaban en verdades, me acompañaron durante largas noches de soledad –porque la lectura es, después de todo, un vicio solitario–, atravesando los delirios de la imaginación, del tiempo y del espacio, para resistir la represión republicana, junto a los marginados del pueblito de Canudos, bajo el ideal mesiánico del Consejero (“La guerra del fin del Mundo”); fantasear con la Pies Dorados y merodear las esquinas del jirón Huatica (“La ciudad y los perros”); y presenciar, poco a poco, cómo los radioteatros de Pedro Camacho en radio Panamericana (“La tía Julia y el escribidor”) van perdiendo el sentido, coludiéndose los personajes de una historia a otra, resucitándolos mágicamente y terminar las historias en catástrofes naturales y humanas; o formar parte de las tantas historias que nacen de una típica conversación con un viejo amigo, recordando los tiempos de la tragedia moral de la dictadura de Manuel Apolinario Odría, acompañado de unas cervecitas y una cajita de fallos, en La Catedral.

Nunca perdió el entusiasmo de transmitir las ideas liberales, influenciado por las obras de Adam Smith, José Ortega y Gasset, Frederick Von Hayek, Karl Popper, Raymond Aron, Isaiah Berlin, pues la libertad del pensamiento, columna vertebral de la democracia, es la espada que tenemos frente a los excesos del poder.

El intelectual –como diría Jean Paul Sartre– debe tener un compromiso con la sociedad y tomar bandera contra los enemigos de una sociedad abierta.

Mario Vargas Llosa es el Perú y el Perú es Mario Vargas Llosa. Sus ficciones: proezas delictivas, hechos delirantes, epopeyas inolvidables, quedarán reservados en la universalidad, en ese espacio crepuscular donde los elegidos permanecen con cierta vanidad: en la inmortalidad literaria.



*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Yasser Toledo Cumapa es estudiante de Derecho en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos

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