(FotoIlustración: Nadia Santos)
(FotoIlustración: Nadia Santos)
Luciana Olivares

Imagino que lo has notado. De un tiempo a esta parte, frases como “tolerancia al error”, “asumir riesgos” o “celebrar el fracaso” se han vuelto trending topic en conferencias de innovación, de negocios y en libros de autoayuda.

Hasta en la pantalla grande está pasando lo inimaginable hace algunos años: los superhéroes de nuestros cómics favoritos no son invencibles. Sufren, se equivocan, lloran y hasta mueren. En otras palabras, son vulnerables, pero no me refiero a factores externos como la criptonita o los guasones de la vida en Ciudad Gótica. Su vulnerabilidad parte de un proceso interior que los ha hecho ante nuestros ojos más humanos y hasta más valientes, como diría una de mis heroínas favoritas, Brené Brown. Brené, profesora, investigadora, autora de best sellers y una de las conferencistas más solicitadas en el mundo, viene estudiando por años la vulnerabilidad, el coraje, la vergüenza y la empatía. Para ella, no puede existir valentía sin vulnerabilidad porque, aunque para muchos sean palabras antagónicas, son en realidad complementarias.

Uno de los tantos ejercicios que realizó en estos años fue entrevistar a integrantes del Ejército norteamericano, a quienes les hizo una pregunta clave: “Nómbrenme un solo acto de valentía que no haya implicado riesgo, incertidumbre y exponerse emocionalmente”. La respuesta fue categórica: ninguno. Para Brené, la vulnerabilidad es eso: aceptar la incertidumbre, abrazar el riesgo y exponernos emocionalmente.

Uf, releo esta última oración y se me eriza la piel porque me hace acordar haberla experimentado muchas veces; sin exagerar, casi todos los días. Pero la erizada no es de placer, porque la vulnerabilidad no es un acto de comodidad: es más bien ponerte en una posición incómoda, a veces dolorosa y sin duda angustiante, porque será imposible calcular el resultado.

La vulnerabilidad no viene dentro de un pomo con una etiqueta donde puedes leer instrucciones y saber hasta la cantidad de calorías. Ser vulnerable te expone a críticas, cuestionamientos y, por qué no decirlo, a risas y burlas de los que eligieron los asientos baratos para sentarse a lo largo de su vida y vivir cuestionando a los que se atrevieron a pararse sobre la arena. Entonces, ¿por qué alguien en su sano juicio quisiera elegir el riesgo, la incertidumbre y exponerse emocionalmente? Aunque suene filosófica la respuesta, para sentir y recibir amor, ser feliz y pertenecer. Cuando amamos, nos volvemos vulnerables. Las relaciones no vienen ni con seguros ni alarmas que te protejan ante las dificultades, pero sin derribar nuestras barreras y entregarnos a la vulnerabilidad no se generaría la apertura para verdaderamente vincularte emocionalmente.

En el aspecto laboral, sin vulnerabilidad estamos restringiendo la innovación y los procesos creativos, porque si en la cultura de una compañía no está la apertura al fracaso, no se puede innovar. Así de simple. Sobre todo, es importante entender que activar tu vulnerabilidad es quitarte la coraza que llevaste puesta casi como acto reflejo frente a la vida, usualmente para querer encajar en vez de pertenecer.

Como bien refiere Brené, el deseo de encajar nos lleva a construir toda una ciudadela de mediocridad donde, por supuesto, estamos protegidos de críticas, acurrucados en la bulla de la multitud, pero sin duda infelices y conteniendo nuestros verdaderos deseos, sueños, potencial.

Abracemos la vulnerabilidad como el cimiento más importante para nuestra valentía y no volvamos a pensar en ella como sinónimo de debilidad, sino más bien como el mejor de sus antónimos. //

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