(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Juan Aurelio Arévalo Miró Quesada

Dice una vieja frase que en el Perú existen dos clases de problemas: los que se arreglan solos y los que no se arreglan nunca. Como el transporte en Lima, por ejemplo.

La imbecilidad al volante manifestada hoy en intersecciones bloqueadas, bocinazos a semáforos en rojo y buses atrapados bajo puentes no encuentra explicación en encefalogramas, pero esta inclinación por el desorden es tan antigua como la ciudad misma.

El arquitecto Juan Günther Doering contaba que la Lima de 13 por 9 manzanas que trazó Pizarro nunca fue una ciudad de líneas rectas, ya que solo 62 de las 117 manzanas originarias eran realmente cuadradas. El damero fue absorbido por una estructura anterior de caminos y canales indígenas. Es más, la primera vía construida por el poder colonial llegaría recién a finales del siglo XVIII, en la época del virrey O’Higgins, la ruta Lima-Callao que es hoy la avenida Colonial.

Según el maestro Juan Manuel Ugarte Eléspuru, esa amalgama de vías confusas terminó condicionando el carácter limeño: “Nosotros no tenemos concepción de actuar en línea recta, somos fundamentalmente sinuosos”.

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