Violeta Orozco

Este año conmemoramos cinco décadas desde que la ONU reconoció el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer. Medio siglo después, seguimos recordando que el liderazgo femenino no es un regalo ni una concesión, sino el resultado de incontables luchas y esfuerzos frente a barreras que aún persisten. El 8M es una afirmación de lo que hemos logrado y una promesa de lo que aún falta por conquistar.

Liderar siendo mujer y joven es un doble desafío. Es nadar contra una corriente que, aunque debilitada con los años, aún persiste. Es desafiar estereotipos, demostrar capacidad una y otra vez, y resistir la tentación de encajar en moldes impuestos. Pero, sobre todo, es una oportunidad: la de cambiar las reglas del juego para que las próximas generaciones no tengan que pelear las mismas batallas.

Y, pasa que las cifras lo confirman: en los espacios de decisión seguimos siendo minoría. Según Mckinsey (2024), el 29 % de los altos cargos a nivel global están ocupados por mujeres, y en el Perú esta cifra se reduce al 13 %, según WomenCeo. Sin embargo, hay una tendencia alentadora: hoy, el 80 % de las mujeres aspira a ascender al siguiente nivel, un crecimiento significativo en los últimos años. No es que antes faltara talento, sino que faltaban caminos despejados para recorrerlo.

Las mujeres jóvenes que buscan liderar hoy tienen referentes que generaciones anteriores no tuvimos. Ven a mujeres ocupando cargos de poder, tomando decisiones clave y demostrando que el liderazgo no es cuestión de género, sino de preparación y propósito. Pero el hecho de que existan ejemplos no significa que el camino esté libre de obstáculos. El “techo de cristal” sigue presente, disfrazado de prejuicios, sesgos inconscientes y expectativas desiguales.

Ante este panorama, la pregunta no es si las mujeres jóvenes están listas para liderar, porque la respuesta es evidente: sí lo están. La verdadera cuestión es si las organizaciones y la sociedad están preparadas para permitirlo.

Y aquí es donde el liderazgo con propósito se vuelve esencial. No basta con que más mujeres lleguen a puestos de decisión; el verdadero cambio ocurre cuando esas mujeres generan espacios para que otras también lo hagan. El liderazgo femenino no es un logro individual, sino un movimiento colectivo. Porque liderar no es solo ocupar un cargo, es transformar estructuras, cuestionarlas y demostrar que el talento no tiene género.

Las mujeres jóvenes que sueñan con liderar deben saber que su voz tiene poder y que cada paso que den allanará el camino para las que vienen detrás. Porque ser la primera nunca es fácil, pero siempre es necesario. Y porque el futuro no se espera: se construye.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Violeta Orozco es presidenta de Líderes por la Equidad y CEO de Konecta

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