(Foto: AFP)
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William D. Cohan

Las corporaciones, como las personas, son bastante simples: hacen lo que les recompensa. Es por eso que cuando la (FED) de mantuvo tasas de interés muy bajas durante casi una década para recompensar a las que le pidieran préstamos históricamente baratos, a nadie le sorprendió que hicieran justamente eso: pedir dinero.

En el 2008, a raíz de la crisis financiera, la FED comenzó su programa de “flexibilización cuantitativa”, un esfuerzo para alentar la economía mediante la reducción del costo de los préstamos. Compró miles de millones de dólares en bonos del Tesoro y otros títulos de deuda, reduciendo efectivamente las tasas de interés a largo plazo. La emisión de deuda explotó. En la última década, la cantidad de bonos corporativos en circulación casi se duplicó de US$5,5 mil millones a US$9 mil millones.

Gran parte de ese aumento ha venido en forma de bonos con calificación BBB, cerca del extremo más riesgoso del espectro de grado de inversión, lo que significa que el dinero prestado sigue estando en cierto peligro, aunque sea bajo, de no ser devuelto. Ahora hay casi US$2,5 mil millones de deuda corporativa de Estados Unidos calificada en la categoría BBB, casi el triple de la cantidad del 2008, lo que representa la mitad del mercado de bonos con grado de inversión.

Ha sido toda una fiesta. Ahora viene la resaca. En la última década, compañías bien establecidas como General Electric, AT&T, CVS Health, Sherwin-Williams y Campbell Soup se dedicaron a los atracones de adquisiciones impulsados en gran parte por préstamos baratos. A medida que las tasas de interés aumentan y la economía parece estar desacelerándose, corren el peligro no insignificante de no pagar la deuda, un temor que ha comenzado a causar ondulaciones inquietantes en los mercados de deuda y de renta variable.

GE tiene una deuda pendiente de US$115 mil millones, de los cuales aproximadamente US$20 mil millones vencen en un año, y está “quemando efectivo”, según un informe reciente de un analista de JP Morgan Chase. En octubre, S&P redujo la calificación crediticia de GE a BBB, y el costo de comprar un seguro contra el incumplimiento de los bonos de GE se disparó en noviembre. Esa es una señal de que los inversores se están poniendo nerviosos de que GE pueda incumplir.

Luego está AT&T. Con aproximadamente US$183 mil millones de deuda pendiente, ahora es una de las compañías más endeudadas del planeta, gracias a sus recientes adquisiciones de DirecTV y Time Warner, que se pagaron sustancialmente con deuda.

La deuda es implacable. Y, sin embargo, en la última década, esta se ha acumulado, especialmente en las empresas que aumentaron a través de fusiones y adquisiciones. Bayer ahora tiene alrededor de US$40 mil millones de deuda neta pendiente luego de la adquisición de Monsanto; CVS Health emitió US$40.000 millones en bonos para ayudar a pagar a Aetna; y Sherwin-Williams vendió US$6 mil millones de deuda cuando compró Valspar. Según una estimación, IBM emitirá alrededor de US$25 mil millones en nuevas deudas para completar su adquisición de US$34 mil millones de la compañía de software Red Hat.

Hay mucho riesgo aquí. Si estas empresas con calificación BBB obtienen una calificación aun más baja, un círculo vicioso es casi inevitable. Eso significa mayores costos de endeudamiento cuando llega el momento de refinanciar o de obtener una nueva línea de crédito y un mayor riesgo de incumplimiento.

Cuando las compañías más importantes como GE, AT&T e IBM tienen dificultades financieras, es una mala noticia para el resto de nosotros. Cuando los mercados de crédito se sienten nerviosos por las grandes corporaciones, podemos apostar que será más difícil para los estadounidenses comunes obtener o refinanciar una hipoteca, u obtener un préstamo de automóvil o una tarjeta de crédito. Es un escenario que se hizo muy familiar hace una década; la secuela puede estar sobre nosotros pronto.

–Glosado y editado –

© The New York Times