La nueva polarización, por Alfredo Torres
La nueva polarización, por Alfredo Torres
Carlos Meléndez

Hace unas semanas conversé con el director de este Diario sobre la naturaleza de la polarización que domina la política peruana. Ensayó el siguiente esquema. Imaginemos un continuo donde los extremos tienen tan cortas miras que no logran verse entre sí. Cada polo solo alcanza a distinguir a quienes se ubican en el centro, percibiéndoles –a pesar de su equidistancia de los extremos– como parte rival. En nuestra lógica política, si no “estás conmigo”, te conviertes automáticamente en “mi enemigo”, aunque no hayas tomado partido por parte alguna.

En un ambiente polarizado, la independencia es la que más sufre porque los extremos buscan extinguirla. La imparcialidad se vuelve insoportable y puede constituirse en más peligrosa que el mismísimo adversario, al colocar la pausa y la razón en la conflictividad. Sin linderos partidarios para las afinidades políticas, la irreflexiva dinámica polarizadora invade los fueros de la prensa y la academia. Periodistas e intelectuales renuncian militantemente a cuestionar el encasillamiento.

Tomar partido, por convicción o pragmatismo, resulta más sencillo. Negarse a ello es suicida. Esta aseveración amerita una digresión personal, con las disculpas del caso y consciente del riesgo de percibirse como victimización.

Desde hace más de una década estudio el fujimorismo como fenómeno político y social. Mientras mis colegas lo condenaban a una temprana desaparición, detecté su fortaleza identitaria entre sus seguidores, cosa rara para una “democracia sin partidos”. Me concentré en estudiar su sociología y su psicología social, mientras las ciencias sociales peruanas se conformaban con señalar su resultado autoritario. Mientras el fujimorismo era un movimiento casi clandestino o insignificante en términos políticos (2001-2011), mi trabajo era catalogado como una curiosidad; cuando asomó la posibilidad de su retorno al poder y se instaló la polarización, fui adscrito a las filas naranjas con ánimos de desprestigio.

Paulatinamente he sido expulsado del ‘establishment’ intelectual del país, dominado por uno de los extremos (el antifujimorismo). Mi ‘shadow’ CV registra tres rechazos (en cinco años) de una universidad privada limeña a unirme a su claustro. Ni se me ocurre postular a un puesto en mi alma máter, donde varios profesores presentan mis argumentos tendenciosamente. Editores reciben el consejo no solicitado de no publicarme. Críticos librescos me cierran el paso desde que opiné que la autoficción de moda en nuestro medio me parece, en promedio, de menor calidad y valentía que la de Bayly.

Afortunadamente, desde que llegué a estas páginas todos los directores de este Diario han respetado mi honestidad intelectual (por ejemplo, las veces que he podido incurrir en conflicto de intereses por consultorías, he anunciado el correspondiente ‘disclaimer’, práctica poco común). Y felizmente, Random House ha apostado por publicar “El informe Chinochet. Historia secreta de Alberto Fujimori en Chile” en la FIL Lima 2018, convencidos de que la rigurosidad de mi investigación echará abajo prejuicios causados por la polarización. Penetrar en la racionalidad y la personalidad de Alberto Fujimori no lo hace menos culpable de sus crímenes y delitos. Gracias a quienes siguen confiando en la imparcialidad, especialmente a los lectores.