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No se arreglará solo
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El Perú no se arreglará solo. Ni desde el Congreso ni Palacio ni la tecnocracia. Se arreglará desde la ciudadanía. En especial, desde una ciudadanía ejercida por quienes más poder, influencia y formación tienen. Es decir, por sus líderes.
Recientemente, la agencia Edelman nos lanzó una alerta que debería removernos: el 80 % de los peruanos se siente agraviado. No defraudado. No frustrado. Agraviado. Es el nivel de agravio más alto en el mundo. Y no es difícil entender por qué: instituciones capturadas, justicia selectiva, servicios públicos indignos y una clase política mediocre. Mientras tanto, buena parte de nuestra élite sigue instalada en el análisis o la queja, sin asumir la responsabilidad que se requiere.
Los tres premios Nobel de Economía (Daron Acemoglu, Simon Johnson y James Robinson) lo advierten con crudeza: cuando las instituciones fallan sistemáticamente en proteger a los ciudadanos, lo que colapsa no es solo la economía o la política, sino la confianza que sostiene la democracia. Esa es nuestra verdadera emergencia.
Martin Wolf, habitual defensor del orden económico liberal, advierte que, sin ciudadanía activa, la democracia decae en un circo populista o en un autoritarismo disfrazado, debido a que se rompe el vínculo entre libertad económica y equidad social. Y en el Perú ese vínculo ya no existe. Tenemos una economía desigual, una política disfuncional y una ciudadanía impotente. Steven Levitsky, politólogo estadounidense, por su parte, nos recuerda que las democracias no mueren de golpe: se pudren por dentro, de a pocos, en un proceso lento de normalización de lo inaceptable.
Volviendo a los premios Nobel, ellos advierten que: los países fracasan cuando las élites se atrincheran, cuando las instituciones se vuelven extractivas y cuando los ciudadanos renuncian al poder de intervenir. Lo que ellos proponen es sencillo, pero radical: volver a construir ciudadanía. Eso requiere un cambio de mentalidad. Dejar de pensar que basta con invertir, generar empleo, pagar impuestos y exigir desde la tribuna. Se trata de bajar a la cancha y jugar el partido involucrándose activamente en la defensa de todo aquello que atañe al bien común. Se trata de ocupar el espacio público, organizarse y hacer política. Política no partidaria, pero profundamente cívica. Este no es un llamado romántico. Es un imperativo histórico. Porque si los que pueden hacer algo no lo hacen, los que ya vienen haciendo daño lo seguirán haciendo. Y entonces no habrá pacto social ni Estado de derecho que resista.
El Perú no se arreglará solo. Se arreglará cuando los mejores ciudadanos decidan dejar de mirar para el costado y asumir el rol que les toca. Con coraje, ideas y propuestas. Como líderes de verdad. Como protagonistas de un futuro que no va a escribirse solo.