Sabemos que se pueden iniciar investigaciones preliminares contra un presidente, pero que este no puede ser acusado, con excepciones puntuales, hasta finalizar su mandato.
El desempeño de la señora Zoraida Ávalos es selectivo, deficiente, tardío e, incluso, inexistente, a pesar de que existen indicios más que razonables en los que sí tiene competencia directa. El presidente ha participado en reuniones, cuyos resultados inmediatos han sido contratos agraviantes a la razón y lesivos para el país.
Hago referencia a ‘omisiones’ en el título porque son muchas –y graves– las que acumula la fiscal de la Nación, incumpliendo así el mandato constitucional y legal que también la obliga a actuar de oficio.
Sus omisiones siempre se codean con el poder de turno, ahora con el presidente, quien, alternando entre las dos sedes gubernamentales –Breña y Palacio–, acoge a afortunados marxistas, leninistas y maoístas que entran, como Karelim López por su casa, dejando videos, huellas, documentos, sonrisas, palmaditas, apretones de manos y, acaso, un ‘huachito’ de lotería de Cajamarca.
Por ejemplo, conoce la señora Ávalos que el presidente, el poderoso exsecretario, asistentes y familiares extendieron su generosidad a quienes deseaban “colaborar o asesorar”. Asimismo, supo del hallazgo de los billetes estadounidenses y también escuchó a la jefa del Gabinete afirmar que el presidente estaba dispuesto a entregar la lista de los noctámbulos de Breña.
Igualmente, recuerda cuando sellaron las puertas de Palacio en pleno intento del Ministerio Público por indagar sobre presuntas negociaciones incompatibles relacionadas al millonario contrato exprés con Petro-Perú, especialmente por la amigable participación presidencial, acompañado de otros encumbrados del socialismo del siglo XXI.
La señora Ávalos también se enteró cuando Petro-Perú anuló el millonario contrato, mientras, en una diligencia anterior, fiscales y policías se enteraban de la desaparición de información sobre visitas y registros de ingreso vehicular en dicha empresa. Esta está condenada a sangrar pérdidas, sea por robos o por ineficiencia, y que todos pagamos minando oportunidades debidamente priorizadas.
Habiendo ingentes estafas al Estado, a la buena fe y a los monederos más deshilachados, resulta innecesario detenernos en otros casos que obligaban a proceder de oficio a la señora Ávalos.
Desde la razón, aventurémonos acerca de por qué ella calla tanto y omite más. Preguntémonos a quiénes protege y por qué, y dónde realmente espera concluir su ya tristemente famosa carrera pública.
Acudo a preferentes móviles de la conducta humana –amor, odio, placer, interés o temor– para esbozar algunas posibles explicaciones de sus flagrantes omisiones.
Veamos. Dado su silencio y en su tardo andar, o tiene poderosas razones para omitir, dilatar o callar, o padece de amnesia selectiva –olvidando el destino de Blanca Nélida Colán, también entonces atenta al poder de turno–, o porque es inconscientemente autodestructiva, ya que se encuentra denunciada constitucionalmente ante el Congreso por los delitos de omisión de funciones y demora de actos funcionales, entre otras maravillas, y que, al final, solicita su destitución, inhabilitación por benevolentes cinco años y su procesamiento penal.
La señora Ávalos fue anfitriona del presidente, después suspendió las indagaciones preliminares superando toda razonabilidad y allanando el libre mercado delictivo de predicadores. ¿Y la lista de Sarratea, señora fiscal?
Según la primera ministra, Mirtha Vásquez, el presidente tiene derecho a elegir su estrategia legal, precisando que la defensa del presidente es la que definirá si se entrega la dichosa lista. Cabe precisar, además, que el abogado del mandatario se ha reunido con el ministro de Justicia, nada menos.
La Junta Nacional de Justicia puede destituir a cualquier magistrado, entiéndase también a la fiscal de la Nación. Pero dicho invento fue alumbrado por el vacado Martín Vizcarra, cuyo andar puede ser avistado a miles de leguas por las variadas moscas que lo rodean.
Pero siendo así, ¿qué podríamos esperar de sus magistrados que parecen estatuas pétreas de catedrales góticas y cuyo silencio emite orquestados fluidos?
Son festines digitados por los constructores de la flamante Constitución fáctica del nuevo orden moral, mientras que la diosa Temis, conocida como ‘Iustitia’, todavía sostiene una balanza y una espada con los ojos vendados, y el ingeniero demanda transparencia, otro insuperable.
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