(Ilustración: Victor Aguilar)
(Ilustración: Victor Aguilar)
Alexander Huerta-Mercado

Esta es una historia bonita con un final feliz. Hace 2.500 años, Buda decidió citar a los animales a una prédica pues no encontraba diferencias entre ellos. Al enterarse de la convocatoria, muchos animales decidieron competir, cosa que jamás había estado en los planes del Iluminado. La rata, el buey, el tigre, el conejo, la serpiente, el caballo, la cabra, el mono, el gallo, el perro, el cerdo e inclusive un ser que articulaba todos los elementos, como es el dragón, participaron en esta increíble maratón apurándose para llegar ante Buda.

La rata y el buey llevaban la delantera, pero se encontraron con un lago que los separaba de su destino. “Hermano buey, ayúdame a cruzar el lago en tu lomo”, pidió la ratita. El buey accedió y, al cruzar el agua, el roedor saltó del lomo de su transporte y llegó primero.

Entonces Buda eligió a la rata para iniciar el ciclo anual. Y así cada uno de los 12 animales está representado según su orden de llegada. En la cosmovisión china, esto no significa que uno de ellos sea superior a los otros. Todos tienen connotaciones positivas pero son diferentes (al igual que los humanos que nacen bajo su simbolismo). En este calendario, la semana pasada iniciamos el Año del Perro, animal que reconocemos como tierno, fiel y que trae la felicidad.

Existen disputas respecto a qué tan antigua es la relación entre el perro y el ser humano. Sin embargo, hay un acuerdo científico que indica que esta empezó cuando todavía éramos cazadores y recolectores. Es decir, hace más de 14 mil años (aunque hay versiones que lo expanden a más de 30 mil).

El 75% de nuestra historia como especie lo hemos pasado cazando y recolectando. Y buena parte fue una difícil aventura a la que a duras penas sobrevivimos pero con el perro como un formidable aliado. Sin él, probablemente hubiéramos sido más vulnerables a algunos grandes predadores.

Recientes investigaciones sugieren que, en principio, no fue el ser humano el que buscó al perro para apoyarse en él, sino al contrario. Los ancestros del lobo gris encontraron en los nuestros la manera de obtener comida más fácil, encontrar cobijo y llevar una vida más tranquila para el apareamiento. Pareciera entonces que el perro nos domesticó antes que nosotros a él.

Por ello no es de extrañar que para la astronomía el perro esté representado en la constelación Canis Maior, que sigue en su recorrido a la de Orión, el gran cazador, siéndole leal, según la mitología, incluso después de la muerte.

La relación que hemos tenido con el perro es tan intensa que va del pensamiento mítico a la era espacial. Laika, una hermosa perrita rusa recogida de las calles, fue el primer ser vivo enviado intencionalmente al espacio aunque, lamentablemente, nunca pudo hacer el viaje de retorno a la Tierra.

La fidelidad del perro ha sido representada también en la narración fundante de Occidente. Homero relata cómo Ulises, al regresar luego de 20 años a Ítaca, no es reconocido por nadie, pues Atenea había cambiado sus facciones y él mismo estaba disfrazado de mendigo para confundir a sus enemigos. Sin embargo, Argos, su fiel perro, lo reconoce y se alegra. Luego de tan larga espera moriría. Ulises suelta una lágrima en honor a quien le fue fiel aun en la ausencia.

Casi 3.000 años más tarde, la historia más larga jamás contada por un solo ser humano narra las aventuras de un pequeño perrito soñador, llamado Snoopy, junto a su dueño humano. La historia de Snoopy y sus amigos fue narrada a través de tiras cómicas diarias por Charles Schulz durante 50 años.

En nuestro caso, distintos ceramios de las culturas Moche, Chancay y Chimú dan cuenta de la presencia del perro sin pelo que aún nos acompaña. Incluso uno de estos canes acompañaba al Señor de Sipán en su magnífica tumba. En varias partes del Ande, se concibe al perro como guía de las personas que fallecen y se dirigen hacia “aquel otro mundo”. Sorprendentemente, esta tradición coincide mucho con las escandinavas, sobre todo por la preferencia por los perros negros.

Ya sea en forma de narrativas dibujadas o en ceramios, el perro peruano ha sido parte de nuestras narraciones y sigue siéndolo más de 2.000 años después. En unos casos a través del cómic, gracias a Juan Acevedo y su antropomórfico perro Cholín (que vive angustiado por entender la realidad del Perú moderno), o a través de Chimoc, creación de las hermanas Paz, que congrega a niños a través de sus aventuras de descubrimiento y amistad que tanto gustan a los pequeños.

El mes pasado hubo un caso de histeria colectiva, en el que el dueño de un chifa en Independencia fue erróneamente acusado de usar perro como ingrediente en su menú. El caso ha sido felizmente aclarado y la persona acusada ha demostrado su inocencia. A raíz de este incidente, ha salido a la luz una serie de prejuicios sociales y de agresividad que tenemos contenida en la sociedad peruana.

Pero lo que me sorprendió de manera particular fue que lo que movilizó a muchas personas a atacar el local no haya sido un asunto de salubridad, sino una suerte de consciencia a favor de la protección de los animales. Y es que estamos viviendo en una sociedad donde la simpatía por los animales ha crecido de manera exponencial, al punto que las corridas de toros están en retroceso, los videos de denuncia al maltrato animal son constantes y los anuncios de adopción de mascotas están a la orden del día.

Este aspecto nos permite entender algo interesante: hemos proyectado en los animales nuestra propia personalidad y nuestras propias carencias. Lo que es espectacular es que esta proyección, hace miles de años, equivalía a otorgar categorías divinas a los animales. En los tótems, por ejemplo, reflejábamos valores de interés social como la bondad, la sabiduría, la justicia y todos los requisitos que un dios suele tener.

Hoy parece que nuestra relación con los animales es otra. Seguimos proyectando en ellos nuestros valores sociales (son seres buenos, nobles, leales) pero ya no como dioses totémicos, sino como ‘hermanos menores’ o ‘hijos pequeños’ a los que hay que proteger, debido a que nuestra maldad como especie en muchos casos casi los ha exterminado. En otras palabras, nuestro poder sobre la fauna ha dejado de ser de sumisión y ha pasado a ser de protección y culpa.

Sería bueno que idealicemos y proyectemos valores humanos en el perro para este año calendárico. En el Año del Perro, cobran sentido los valores de la lealtad, la ternura y la alegría pero, sobre todo, la capacidad de guiar y cuidar al que lo necesite. ¡Feliz Año del Perro!