Poder político
Poder político
Elda Cantú

Keltner es un psicólogo que enseña en la Universidad de California-Berkeley. Ha pasado un cuarto de siglo investigando qué sucede en el cerebro de las personas que acumulan demasiado poder. En su libro “The Power Paradox”, Keltner explica que alcanzar una posición de poder requiere de empatía e inteligencia social pero ejercerlo a menudo deteriora esas mismas habilidades. El trabajo de Keltner y sus colegas Deborah H. Gruenfeld y Cameron Anderson aporta datos y evidencia que, de cierta forma, confirman la vieja máxima de Lord Acton de que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. Pero la que ellos detallan sucede prácticamente a nivel neurológico.

Parece una estéril tarea científica: nos basta ver a nuestros políticos para entender de sobra que al ejercer influencia y autoridad pierden la noción del bien común, la compasión y el servicio. Entre quienes analizamos la –politólogos, profesores, periodistas– corre una saludable dosis de cinismo que informa el modo en que pensamos sobre las relaciones de poder. Solemos decir que el poder es así (interesado, despiadado, amoral) y que para obtenerlo y ejercerlo con eficacia hay que despojarse de cualquier escrúpulo. Para muestra no hace falta más que ver las cifras de venta de “El arte de la guerra” de Sun Tzu y “El príncipe” de Maquiavelo aun cientos de años después de su publicación original.

El profesor Keltner –conocido por su trabajo en el estudio del “comportamiento positivo”– ha hecho algunos hallazgos que ayudan a desmontar la dinámica bajo la que opera ese poder de acero con el que sueñan algunos políticos en campaña electoral. Para empezar, argumenta que los grupos sociales aprecian, premian y reconocen a quienes perciben como orientados hacia el bien común. Sin embargo, la evidencia recogida en sus estudios muestra que incluso las personas que reciben un poquito de poder experimentan “déficits de empatía” y se vuelven incapaces de tomar en cuenta distintos puntos de vista e insensibles a las emociones ajenas. Cualquiera que haya sentido la frustración de enfrentar la intransigencia del guardián de una puerta o del encargado de una ventanilla de servicio puede entender cómo funciona ese mecanismo. Imaginemos la atrofia que sucede cuando el poder se ejerce sobre amplios grupos de personas durante largos períodos. Además, según Keltner, ese ejercicio del poder vuelve a las personas más impulsivas; es decir, las lleva a saltarse las reglas convencidas de su impunidad y de las bondades de sus decisiones.

Ahí están los jefes que solo hablan de sí mismos, los administradores que son incapaces de aceptar que existen abusos en sus organizaciones, los jueces que conspiran y chantajean en voz alta, los ministros religiosos ciegos a los crímenes de sus colegas, todos realmente convencidos de que su posición de privilegio los hace inmunes ante cualquier cuestionamiento.

En el sector privado, algunas empresas gigantes que hoy temen quedarse atrás en la carrera por la supervivencia en el mundo digital han entendido que no solo necesitan un mejor servicio al cliente y productos más acordes al mercado. También han empezado a reconocer que su negocio depende de cambiar la mentalidad de sus gerentes y a abrir puertas, achatar organigramas, aprender a escuchar. Esto no quiere decir que las estructuras tradicionales de poder hayan ya cambiado. Pero sí que comenzamos a comprender los elevados costos que supone el abuso de poder en nuestras instituciones.