Todo de lo que hablamos hoy –Dina Boluarte y el fracaso en la lucha contra la inseguridad, el desgaste del Congreso, las carencias que afectan servicios básicos– todo tiene un punto en común: a quiénes les hemos dado poder al marcar la cédula electoral. Ese acto breve, a veces apurado y resignado, define el rumbo del país. Cada decisión política con la que convivimos nace de ahí. Ese cuadrito que marcamos cada cinco años es una fábrica de nuestro futuro.

En abril del 2026 iremos a votar. Una elección diferente y más compleja. Con 43 partidos habilitados, nuevas reglas y una cédula gigantesca, no basta con esperar que la pedagogía llegue sola. Si no insertamos este tema como urgente desde ya, corremos el riesgo de que la coyuntura se sobreponga y postergue lo realmente importante.

Se necesita un esfuerzo pedagógico nacional. No uno que dependa solo de la ONPE o el JNE, que ya tienen responsabilidad en ese sentido, sino uno que se descentralice y se adapte al lenguaje, al ritmo y a la realidad de cada espacio. Que tome forma en colegios, universidades, comedores populares, radios locales y mercados. Que se active en TikTok, WhatsApp, peluquerías y en cualquier lugar donde se conversa sobre el país. Que esté presente en las conversaciones entre dirigentes vecinales, líderes comunitarios, creadores de contenido, en esas sobremesas donde la política siempre aparece. No se trata solo de una gran campaña institucional, sino de muchos esfuerzos pequeños y concretos que nos ayuden a entender el proceso electoral, a ubicar al candidato que nos representa y a asegurarnos de que nuestro voto sea válido.

Todo esto, sabiendo que muchos de los espacios que menciono están lidiando con problemas urgentes como la inseguridad, la extorsión y la frustración con un Estado que no atiende sus necesidades. Pero reconociendo que, para que eso cambie, la conversación electoral debe también ocupar esos espacios. Debemos saber cómo marcar la cédula para que lo que pensemos se traduzca en lo que elegimos. No se trata de votar “bien”. Se trata de votar a propósito. De no dejar nuestra decisión al azar. Porque si vamos a cargar con las consecuencias, que al menos sean nuestras.

Dependerá de nosotros decidir quiénes ocuparán las instituciones y sentarán las bases del sistema político que tendremos desde el 2026. Ir a votar no es un trámite. Es una oportunidad –y también una advertencia– sobre el tipo de país que estamos dispuestos a construir. Saber cómo votar en una elección tan compleja será lo que marque la diferencia.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Macarena Costa Checa es politóloga

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