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Nueve días de poder
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A veces basta un cambio de presencia para que el poder parezca posible otra vez. Es pronto para entender qué estamos viendo, pero algo cambió: el poder volvió a hacerse notar. En política, a veces la novedad no está solo en las decisiones, sino en la sensación –poco frecuente, en estos años— de que hay alguien tomándolas.
Durante el gobierno anterior, la política era un fondo silencioso: estaba, pero no resonaba. Boluarte representó un poder sin temperatura, casi sin pulso, una autoridad que no incomodaba porque tampoco generaba expectativa. Su ausencia se volvió costumbre, y esa costumbre, indiferencia. Ahora estamos empezando a percibir el poder nuevamente: hay gesto, ritmo y relato. Hay, sobre todo, una sensación de gobierno. Que basten diez días para percibirla dice lo poco que estábamos acostumbrados a tenerla.
Esa sensación, por sí sola, produce movimiento. Reordena prioridades, reanima la conversación pública, altera el equilibrio entre actores. Pero no se sostendrá solo con ritmo ni con narrativa. El desafío —inevitable en un país tan volátil— será traducir esa visibilidad en capacidad ejecutiva: resultados, aunque sean mínimos, que devuelvan confianza en el Estado. Por ahora, un país que había dejado de mirar al Ejecutivo vuelve a observarlo, quizás con más sospecha que esperanza, pero al menos con los ojos abiertos.
Tal vez lo más interesante no sea el nuevo tono del poder –ni siquiera que haya un nuevo gobierno, estamos acostumbrados a cambios súbitos– sino lo que revela de nosotros: cuánto nos basta con percibir movimiento para sentir que algo se ordena, esa ansiedad colectiva por encontrar señales de rumbo en una estabilidad que nunca llega. Venimos de una etapa tan larga de parálisis que cualquier gesto parece dirección. Lo que estamos viendo dice tanto del gobierno, que ensaya todavía su manera de estar en escena, como de nosotros: un país tan acostumbrado a los sobresaltos que ya no distingue entre cambio y conducción.
En el Perú, los cambios tienden a confundirse con avance. Cada relevo genera sensación de inicio que rara vez se sostiene. Lo que viene pondrá a prueba si aprendimos algo de ese reflejo de entusiasmo que siempre acompaña los comienzos. Este es un gobierno de tránsito, un ensayo antes de volver a las urnas en abril. La pregunta no es solo qué hará Jerí con este tiempo, sino qué haremos nosotros con la atención que le damos.
El poder cambia de manos, pero casi nunca de lógica.

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