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Mano dura
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Sorprende que José Jerí, surgido de una vacancia presidencial fulminante que apenas le auguraba sostenerse inciertamente en su nuevo cargo, haya logrado ponerle cabeza y acción a la jefatura del Estado, que Dina Boluarte había convertido –valga la metáfora– en parte del inventario inútil del Palacio de Gobierno.
Boluarte también hizo lo mismo con la encarnación de la nación, otra de las funciones presidenciales, que aparentemente solía confundir con el salón de espejos de las juramentaciones ministeriales.
El solo hecho de ponerle cabeza y acción a la jefatura de Estado le ha bastado a Jerí para descubrir que, desde esta función presidencial, no tiene que pedirle permiso a ningún protocolo palaciego ni a ninguna cláusula constitucional en su determinación de salir de madrugada, por ejemplo, a supervisar un cambio radical en el manejo y la vida de penales de “alta seguridad” involucrados criminalmente en la pérdida de seguridad del país.
Casi todos los presidentes democráticos a lo largo de la historia tuvieron al alcance de la mano la jefatura de Estado, pero solo para ejercerla apenas protocolarmente y en uno que otro tratado o compromiso internacional. Prefirieron recostarse en las solas funciones de gobierno, con las limitaciones que ello supone en circunstancias tan complejas como las que vivimos hoy. No es igual ejercer constitucionalmente mano dura desde el nivel gubernamental que hacerlo desde la jefatura de Estado, que involucra a los demás poderes y a la organización política del país.
Su encuentro audaz, valiente y decidido con las calles en las que el crimen organizado amenaza, extorsiona y asesina, y con las calles convertidas ahora en el último recurso de protesta ciudadana por paz, seguridad y justicia, le ha valido a Jerí para poner a prueba su papel de jefe del Estado, así le lluevan críticas, así juzguen sus actos de espectaculares, así vean en sus palabras y sus gestos arranques autoritarios.
No nos espantemos. Nuestro sistema presidencialista tiene algo de republicano, algo de autoritario y algo de monárquico. Sin embargo, en muchos momentos es todo y nada a la vez.
En otros tiempos, las dictaduras militares (todavía tan reclamadas cuando las papas queman) tomaban todos los poderes del Estado como rábano por las hojas para imponer la mano dura que legal y constitucionalmente debían y podían también hacer los regímenes democráticos, lamentablemente muertos del prejuicio y el temor de colocarse, desde la jefatura de Estado, por encima de la organización política del país.
¡Oh, qué horror convocar al diálogo o concertar con partidos opositores recalcitrantes!
Cuántos golpes de Estado y cuántos militarismos prolongados podríamos habernos ahorrado con solo unos cuantos gestos de mano dura que hoy escandalizan a muchos y dejan perplejos a otros, viendo a Jerí haciendo lo que debe hacer y ganándose por ahora una aprobación del 45%, que ya es un signo importante de confianza pública que Boluarte ‘en acción’ no había visto ni en sueños.
Si Jerí le ha declarado la guerra al crimen organizado, no le pidamos que su puesto esté detrás de un escritorio. Pidámosle resultados.

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