Juan Carlos Fangacio Arakaki

De pie junto a sus tropas en Waterloo, sin saber (o quizás sabiendo) que sería su última batalla, la derrota definitiva, Bonaparte luce preocupado por el diluvio que complica su estrategia militar. “¿Qué les digo a los hombres?”, le pregunta uno de sus líderes militares. “Que detengan la lluvia”, le responde el emperador.

Es una de las frases que más me gusta de “Napoleón”, la más reciente película de con Joaquin Phoenix como el emblemático protagonista. Pero seguramente es también una frase que han puesto en la mira decenas o centenares de historiadores de pronto devenidos en críticos cinematográficos. Porque el “Napoleón” de Scott ha sufrido desde su estreno innumerables críticas por su falta de rigurosidad histórica, por el poco apego a la realidad de su director.

Unas objeciones que serían totalmente válidas si se ciñeran a los límites de la academia historicista pero que, en cambio, han empezado a difundirse como argumentos para calificar –o descalificar, sobre todo– la calidad fílmica de una obra. Un absurdo por donde se lo mire. ¿Qué sería del cine si estuviera obligado a corroborar cada detalle con libros y enciclopedias? ¿Qué películas veríamos si sus guiones tuvieran que pasar por la vigilancia de los censores de la imaginación? ¿Cómo deberíamos reevaluar la obra de los muy imprecisos Cecil B. DeMille, Stanley Kubrick o Clint Eastwood?

Napoleón” es una película fascinante en su oscilación entre lo bélico y lo pasional. Por un lado, con las espectaculares escenas de guerra, coreográficas y brutales a la vez; por otro, gracias a las honduras psicológicas y emocionales que nos regalan Phoenix y Vanessa Kirby como Bonaparte y Josefina: otro campo de batalla crudo y atroz.

Es cierto que Napoleón no presenció la ejecución en la guillotina de María Antonieta, como vemos en la secuencia con que empieza la cinta. También que nunca ocurrió el encuentro con Wellington luego del fiasco en Waterloo. Y que el episodio del lago helado en Austerlitz, que Bonaparte usó supuestamente a su favor para sumergir a rusos y austríacos bajo el agua, en realidad nunca ocurrió. ¿Pero cómo renunciar a ese mito y perdernos una escena tan magistralmente filmada como la que muestra Scott en su película?

Los historiadores podrán seguir reclamando, pero será difícil que entre ellos mismos se pongan de acuerdo sobre un Napoleón, porque Napoleones hay muchos. Mientras tanto, Ridley Scott nos ha regalado una de las mejores versiones del emperador. Parafraseando al replicante Roy Batty, personaje de otra de las obras maestras del director, “Blade Runner”, las certezas históricas y los acontecimientos exactos serán “momentos que se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia”. Como la misma lluvia que quiso inútilmente detener Napoleón.

Juan Carlos Fangacio Arakaki es Subeditor de Luces

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