En el Perú pasa algo muy curioso. Muchísima gente cree estar en la capacidad de ejercer el cargo de presidente de la República. Suele ser muy larga la lista de postulantes entre los que tenemos que votar en primera vuelta. Llegado el momento de iniciar la campaña, todos sonreirán a la cámara diciendo que están absolutamente preparados para asumir esa responsabilidad, que todo lo que han hecho en sus vidas los ha llevado a este punto, que los astros se han alineado o que es una cuestión de providencia divina que salgan elegidos.
Ahora, si uno tuviera la oportunidad de preguntarles dos años antes de iniciada la campaña si van a postular a la presidencia, costaría muchísimo sonsacarles una respuesta afirmativa. Usted ya conoce las típicas evasivas: “se verá en su momento”, “no está en mi agenda”, “todos tenemos que ponernos al servicio del país si este lo requiere”, “cualquier decisión debe ser conversada primero con mi familia”, “no he encontrado todavía el partido en el que me sienta a gusto”, y una derivación de esta última que hemos escuchado esta semana respecto de un potencial candidato que anda deshojando margaritas (o partidos): “conversar no es pactar”.
Es obvio que nadie se quiere “quemar” antes de tiempo. Todos aguantan tanto como pueden el anuncio de sus candidaturas para reducir al máximo la ventana en que los pueden hacer pasar por la trituradora de la contracampaña o la llamada “guerra sucia”, híperpotenciada en nuestros tiempos por las redes sociales y la cantidad de información falsa o tendenciosa que se puede hacer circular en ellas.
Pero, ¿no es acaso un problema enorme que a estas alturas, a dos años más o menos de que inicie la campaña presidencial, no tengamos la menor idea de cuál va a ser ese elenco de candidatos? Algunos darán por descontado ciertas candidaturas, como la de Keiko Fujimori, para no perder la costumbre. Otros pensarán que para algunos expresidentes o políticos metidos en serios problemas, como Martín Vizcarra o Vladimir Cerrón, anunciarse desde muy temprano como candidatos sirve a una estrategia de victimización orientada a presentarse como “perseguidos políticos” al enfrentar sus procesos penales.
Y claro, en un país que es tan (justificadamente) crítico de su ‘establishment’ político, uno puede esperar, casi como inevitable, la aparición de candidatos antisistema. Debe ser hoy por hoy un miedo de muchos –ciertamente lo es en mi caso– que tengamos una segunda vuelta presidencial en el 2026 con dos candidatos antisistema enfrentados, que nos deje sin opción de votar por alguien que represente la continuidad y la defensa de la democracia, con los cambios que esta indudablemente necesita con urgencia para mantener satisfecha a una ciudadanía que, trágica y mayoritariamente, no le asigna una valoración positiva.
Uno pensaría que, en ese contexto, debería haber un caudal electoral importante dispuesto a respaldar figuras que no se perciban como parte del ‘establishment’ pero que tampoco estén buscando dinamitar nuestro sistema político desde posiciones antisistema, sino mejorarlo, hacer que responda mejor a las necesidades ciudadanas, convencer de que es mejor que sigamos viviendo en democracia que tirar todo por la borda solo porque estamos (justificadamente) molestos.
¿Dónde están esos candidatos? No es que no existan, ya les dije que hay muchísima gente en el Perú convencida de que está en la capacidad de ejercer la presidencia. Lo que ocurre es que prefieren, por mientras, pasar bajo el radar, negando tantas veces como se lo pregunten su interés por postular.
El problema con esto es que la ciudadanía está hoy perdida y desesperanzada de la política. No encuentra líderes que marquen el camino, que muestren entendimiento de los problemas y empatía hacia quienes los sufren, que ilusionen con la posibilidad de que el siguiente gobierno sea mejor.
Se requiere valentía y determinación para que aparezcan esos líderes hoy y no horas antes del inicio de la campaña presidencial cuando es más cómodo. Que se reconozcan ya mismo cuando menos como precandidatos o interesados en postular. Que den la cara, pongan el pecho y hagan conocer sus ideas. Que no esperen dos años cuando podrían estar haciendo política hoy de manera abierta y transparente.
Pero la responsabilidad no es solo de ellos sino también de nosotros, los ciudadanos. Si somos nosotros mismos los que mandamos a la trituradora a cualquier nuevo aspirante a liderar que aparece, porque asumimos cínicamente que todos van a ser igual de malos sin darles una chance de ganar nuestra confianza, pues contribuimos precisamente a crear el contexto que los espanta o los fuerza a agazaparse hasta el último minuto.