(Foto: Andina)
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Enzo Defilippi

Conozco a , flamante ministro de Economía. Me parece un profesional serio, competente y comprometido con el país. Además, creo que demuestra valentía al aceptar el cargo cuando la economía está pasando un momento delicado y luego de la abrupta (pero digna y comprensible) renuncia de .

Para mí, sin embargo, el mayor reto de Oliva no es la política económica sino la institucionalidad. La de su ministerio, para ser más específico. No porque dude de la importancia de los retos de política que enfrenta, sino porque va a ser poco lo que pueda hacer si el MEF no recobra el peso que tenía antes. Sí, porque desde que empezó el gobierno de , el resto del Ejecutivo lo ningunea como yo, al menos, no había visto nunca.

El problema empezó cuando este ministerio aceptó viabilizar, renunciando a sus responsabilidades, las malas decisiones tomadas por el presidente y el primer ministro. Es el MEF el que debió oponerse a la adenda de Chinchero por ilegal y porque se traía abajo una política de concesiones continuada por 25 años. Es también el ministerio el que debió oponerse a la compra de excedentes de papa y a encargarle a los gobiernos subnacionales obras de reconstrucción por montos que sobrepasan sus capacidades. Lamentablemente, solo se limitó a mirar hacia el costado.

El hecho de que esta situación se repita en situaciones más cotidianas demuestra que se trata de una actitud generalizada, como cuando el entonces ministro de Transportes Bruno Giuffra presentó un plan de infraestructura que implicaba compromisos fiscales que exceden nuestras posibilidades, o cuando otros ministerios discuten con el Congreso proyectos de ley que afectan la política económica en reuniones a las que no invitan al MEF. Hasta hace poco, eso hubiese sido inimaginable.

Pero los ejemplos más ilustrativos los hemos visto recientemente, cuando el primer ministro dijo que no se iba a modificar el Impuesto a la Renta y cuando el ministro de Transportes, que no tiene ninguna competencia en materia tributaria, negoció con los transportistas devolverles el doble del reciente aumento del ISC a los combustibles.

Esta situación no tiene nada que ver con la correlación de fuerzas entre Ejecutivo y Legislativo, como creen algunos. Ello podría explicar por qué el presidente promulgó una ley que debilita la supervisión de la contraloría al Congreso o por qué este último se asigna más presupuesto en épocas de austeridad, pero no por qué la opinión del MEF ya no tiene peso en el Ejecutivo. Recordemos que sus competencias son transversales, ya que gran parte de la política económica es ejecutada a través de las políticas sectoriales (transporte, comercio exterior, agricultura) a cargo de otros ministerios. Ningunear al MEF no solo genera inconsistencias y contradicciones en la política económica, sino también espacios para la búsqueda de rentas que son aprovechados por grupos organizados, como los de transportistas y productores de papa, que las obtienen a expensas del resto de peruanos.

No conocemos las condiciones que el ministro Oliva negoció con el presidente Vizcarra antes de aceptar el cargo. Pero la de devolverle al MEF el respeto que siempre gozó debe haber sido una de las que encabezaron la lista.