En cuestión de fútbol soy un turista. Puedo gritar un gol, pero se me hace imposible recordar los nombres de tres futbolistas del equipo que apoyo. Pero los años que tengo como periodista cultural me pueden dar cierto respaldo para valorar un espectáculo. Y el de la inauguración del Mundial de Qatar en el estadio Al Bayt, hay que decirlo, fue más bien correctito nomás, bastante corriente.
Una ceremonia que no pudo salvar ni Dios. Es decir, Morgan Freeman, actor que puede tanto pasear con humilde reverencia a Miss Daisy, inspirar al equipo de rugby sudafricano como Nelson Mandela, o ser el todopoderoso creador como aparece en los dos filmes de Tom Shadyac. Y que en la gala interpretó el deslucido papel de exaltador de las bondades del fútbol como uniformador de costumbres y países diversos, acompañado en el escenario por Ghanim al Muftah, joven qatarí sin piernas que padece una malformación de nacimiento. “Lo que nos une es más grande de lo que nos divide. Somos una gran tribu y la Tierra es nuestra tienda”, señaló el actor. “Juntos podemos hacer el llamado para que todos nos unan. Esta es una llamada al mundo entero. El fútbol une a personas y naciones. Hay un hilo común de esperanza y respeto. El fútbol expande el mundo, une a las naciones en su amor por este precioso juego. Lo que hace a las naciones estar juntos, hace estar juntas a las comunidades. Todos tenemos una historia de fútbol, y Qatar también”, dijo.
Todo un discurso en descarado ‘playback’: Dios recitaba el catecismo, seguramente aprobado por los directivos de la FIFA y del régimen qatarí. “Respetar la diversidad”, enfatizaba su discurso reverberado; es decir, proponer que los países de Occidente miren hacia otro lado durante el mes del Mundial, pasando por alto la ausencia de libertades públicas, la discriminación contra las mujeres, la explotación de los inmigrantes y la criminalización de las relaciones ajenas a la heteronormatividad. A eso, el buen Morgan Freeman, activista de los derechos humanos y contra el racismo, le llama celebrar la diversidad. El fútbol como coartada para la doble moral. Los usuarios en redes sociales, dando cuenta de sus suspicacias tras el sermón del actor, no demoraron en achacar su aparición al pago de una cantidad multimillonaria, vista la cantidad de artistas que rechazaron actuar en el país árabe.
“La pelota no se mancha”, decía otro Dios. Pero no hay que olvidar que esta vez los sumos sacerdotes del juego lo que han hecho es respaldar a un Estado autoritario que alienta persecuciones a los que no comulgan con sus valores morales. Y eso sí ensucia tanto a un espectáculo de multitudes como a un Dios simulado que hace ‘playback’.