Exclusivo para suscriptores

Mario Broncano: “En este país no se puede salir adelante” | ENTREVISTA

En 1996 El Comercio conversó con Mario Broncano y dio unas declaraciones increíblemente violentas. Era el testimonio del campeón que nunca quiso serlo. Aquí cuenta las razones de su paso fugaz por el boxeo y también por la delincuencia.

Luis Oliveros, entrenador de Mario Broncano, lo llevó a La Bombonera para que disputará su primera pelea oficial. (Archivo El Comercio)
Luis Oliveros, entrenador de Mario Broncano, lo llevó a La Bombonera para que disputará su primera pelea oficial. (Archivo El Comercio)
María Luisa Del Río

Está libre. Su libertad es su peor condena. Mario Broncano no se doblega ante la policía, ante sus más fieros contrincantes sobre la lona, ante el vértigo de los estupefacientes, ante el destino oscuro, ante el encierro. Aparece y desaparece del ring de boxeo, del penal de Lurigancho, de su casa, de los titulares deportivos y policiales, de bares y salsódromos, de la pasta, del asalto, del recuerdo y el olvido. Una y otra vez cuelga los guantes porque le da la gana y por falta de ganas de los auspiciadores de seguir invirtiendo en la titilante estrella del box peruano. Una estrella fugaz de 25 años que la prensa y la Federación de Box han insistido en dar a conocer como ejemplo de rehabilitación, de joven hundido en la miseria que pese a su infortunio posee todo tipo de condecoraciones y respetos. De un lado están las medallas y el aplauso, del otro un par de brazos que ya no dan cabida a una cicatriz más -equivalente en el penal a los galones de un militar- y una violenta mirada que hipnotiza a sus compañeros de prisión, resignados a no fruncir el ceño sin el permiso del campeón de la mechadera. Un antihéroe, un alma perdida que ha vuelto a llamar la atención de aficionados, curiosos e ingenuos, en su nueva faceta de limpiador de autos en Magdalena. Ahí está Mario con el trapo y el balde, entre el mercado y la plaza, entre drogadictos, ambulantes, borrachos y parroquianos. Mil veces ha colgado los guantes por la no menos adrenalínica juerga callejera. Hoy lava autos sin esos guantes y habla, sin el menor remordimiento, de su vida, construida y destruida por sus propios demonios interiores.

TAGS

Contenido Sugerido

Contenido GEC

CARGANDO SIGUIENTE...