Boca y River empataron a dos en La Bombonera, en la primera final de la Copa Libertadores. (Foto: AP)
Boca y River empataron a dos en La Bombonera, en la primera final de la Copa Libertadores. (Foto: AP)
Pedro Canelo

“Decidme qué se siente”, fue el titular de la portada del diario español “Marca”, el último sábado. Era la previa de la primera final superclásica de esta Libertadores entre Boca Juniors y River Plate. La frase aludía a ese cántico de los argentinos en sus caravanas organizadas durante Brasil 2014 a orillas de Ipanema y sobre el metro de Sao Paulo. Los hinchas albicelestes conquistaron al mundo con descargas incansables de pasión por sus colores. Cuatro años después volvieron a hacerlo, aunque esta vez no tuvieron que viajar muchos kilómetros para contagiar a todo el planeta con su saludable fanatismo.

Boca y River no solo están protagonizando la batalla futbolística de todos sus tiempos, sino que además le han devuelto al fútbol de clubes sudamericano un estatus de señorío perdido desde que el balompié de élite se cotiza en bolsas de valores. Lejos están los tiempos en los cuales existía dualidad entre los clubes de Sudamérica y Europa al momento de establecer cualquier análisis futbolístico. Con los grandes clubes del Viejo Continente multiplicando los ingresos ante las distantes cifras de esta zona, solo queda esperar los mundiales de fútbol para equiparar fuerzas cuando juegan las selecciones. El último mano a mano ganado por un sudamericano fue en el 2012, con el gol de Paolo Guerrero para el triunfo del Corinthians ante el Chelsea. Después, el Mundial de Clubes ha sido un trámite que hasta ha traído tropezones extras como las caídas del Inter ante el Mazembe, del Mineiro frente al Raja Casablanca y del Nacional con el Kashima Antlers. Por estas tierras, el verbo competir se ha hecho difícil de conjugar.

Cada participante en la fase de grupos de la Champions League gana 15 millones de euros, prácticamente tres veces más que el dinero a pagar al campeón de la Copa Libertadores. Así no se pueden establecer comparaciones en cualquier escenario común. Pero este superclásico es una excepción, Boca y River le han devuelto la atención a ese torneo en tiempos que inaugura nuevo calendario y que anuncia final única en el 2019.

Con millones de testigos en diferentes rincones, estos archirrivales argentinos no decepcionaron en rendimiento y exigencia. Fue una primera final muy física, con cuatro goles y un intenso ritmo de juego. “El que gane la final de la Libertadores, además de toda la euforia, afrontará un Mundial de Clubes con chances reales de ganarlo”, escribió el ex editor de “El Gráfico” Diego Borinsky. El buen colega argentino escribió este tuit en un contexto donde aún agonizaba el fugaz legado de Lopetegui. Hoy, con Solari, la situación cambia, pero la ilusión sigue en ese punto de retorno. El superclásico nos ha devuelto un lema de pelea. Nos ha devuelto el “sí podemos”.

Jorge Barraza escribió que casi tres mil periodistas se quisieron acreditar al Boca-River. Una escenografía de Mundial de Fútbol sin tener que volver a Rusia. Lo importante es que también las luces recayeron sobre el fútbol. “Marca” abrió un sábado con la previa de una final de Libertadores. Después de muchas lunas, Sudamérica dejó de ser la cotización de un jugador en el mercado, para regresar a su estado natural de 22 hombres esforzados corriendo detrás de una pelota de cuero.

Contenido sugerido

Contenido GEC